El switch de los escrúpulos


Desempolvando archivos me topé con un artículo publicado en 2014 en la revista Psychology Today, titulado "La ciencia de por qué buenas personas hacen cosas malas" y me pareció que explica en buena medida cómo la influencia de líderes políticos y sociales, que pueden ser calificados como tóxicos o negativos, propician divisiones, discriminación, odios y comportamientos sociales dañinos.

El artículo en comento comenzaba diciendo que la historia está repleta de grupos humanos, organizaciones y naciones enganchadas en conductas horrendas e inmorales que van desde segregaciones y linchamientos hasta las llamadas "limpiezas étnicas" o genocidios.

Como sociedad tendemos a darles demasiado crédito a los líderes tanto por las cosas buenas que pasan como por las malas. Vaya, hasta creemos que hay presidentes con buena o mala "suerte", dependiendo de si bajo su mando ocurren eventos catastróficos incontrolables, como podría ser un sismo o una pandemia, o eventos fortuitos favorables como podría ser el hallazgo de yacimientos gigantescos de petróleo o montañas enteras de litio.

La dependencia excesiva en los líderes sociales, aunada a la superficialidad de la opinión pública, hace que los méritos y las verdaderas responsabilidades se desplacen. De esta manera tenemos líderes que se cuelgan medallas de otros o cargan culpas que, en honor a la justicia, no les corresponden.

La buena fe con la que la mayoría actuamos nos lleva a pensar que todos somos más morales de lo que realmente somos. Y los chascos nos los llevamos cuando nos topamos con personas que han eliminado de su conducta habitual los escrúpulos y límites éticos, lo que les permite actuar inmoralmente y hasta justificar sus malos comportamientos.

La eliminación de límites morales comienza fijándose en los beneficios que se obtendrían obrando mal, para luego racionalizar los medios para lograrlos, como sería, por ejemplo, justificar el linchamiento de una persona argumentando la impunidad oficial; justificar la tortura a un terrorista con el fin de proteger ciudadanos de sus ataques, o justificar el desvío de recursos públicos argumentando que como antes todos lo hicieron, ahora "es su turno".

Basta hacer lo indebido una sola vez para desconectar el "switch" de los escrúpulos y aumentar poco a poco la cantidad y gravedad de las malas conductas.

Quiero creer que la exhortación de AMLO a los criminales para que se "porten bien" y "ya le bajen" apela un iluso deseo por reactivar sus límites morales.

Sin embargo, pienso que una vez que el "switch" se ha bajado, es muy difícil, si no imposible, volver a conectarlo.

Creo que serían muy pocos los delincuentes que habiendo "aprendido" a robar, matar o secuestrar, aceptaran por razones éticas y morales un empleo formal en el que ganaran en un mes lo que en su actividad criminal se ganan en un día, como tampoco creo que haya muchos políticos o empresarios corruptos que se nieguen a traficar influencias por razones éticas. Lo que sí es posible imaginar es un régimen de aplicación estricta de la ley, en el que los delincuentes comunes se frenarían más por miedo a las consecuencias que por convicción.

Frente a la inviable estrategia de "abrazos y no balazos" que supone una "moralización" de criminales no queda más remedio que la aplicación de la ley y el uso de la fuerza pública.

La pregunta entonces sería ¿qué podemos hacer para evitar que quienes aún tienen prendido el "switch de los escrúpulos", de los límites morales y éticos, no lo apaguen?

El eticista Craig Johnson ofrece las siguientes estrategias y preguntas:
 
1. Cuando alguien nos incita a malas conductas ("el lado oscuro") recordar que somos personas independientes que tenemos la responsabilidad de conducirnos moralmente. 2. Dar un paso atrás y preguntarse si normalmente consideramos esa conducta como algo malo. 3. ¿Mis palabras ocultan lo que realmente está pasando? 4. ¿A quién me estoy comparando para justificar esa conducta? 5. ¿Justifico el daño que causo culpando a otros? 6. ¿Culpo a la víctima para justificar mis malas acciones?

Al final todo se reduce a la regla de oro de los principios de justicia y no agresión que dice: "No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti", o lo mismo en sentido positivo: "Trata a los demás como querrías que te trataran a ti".

"Los méndigos (con acento) son la causa de los mendigos (sin acento)".

Yo