Derecho a lo superfluo
Detrás de la 4T ha comenzado a surgir la idea, en mi opinión peligrosa y equivocada, de que tener una relativa holgura económica o disfrutar de bien merecidos lujos es algo indebido, injusto y hasta inmoral, sobre todo si lo vemos frente a los millones de mexicanos que viven en condiciones deplorables.
La noción que se permea en las disertaciones relacionadas con las razones que llevaron a AMLO al poder y las políticas de austeridad a ultranza es que quien tiene una posición económica fuerte o sobrada, y obviamente vive acorde a ella, no tiene conciencia social, y que su riqueza y bienestar se deben a décadas de explotación de los pobres o a la corrupción.
Los velados reclamos y las inferencias de una supuesta incompatibilidad entre el ser rico y al mismo tiempo tener conciencia social se asemejan mucho, si no es que precisamente de ahí hayan surgido, a lo que el poeta mexicano Salvador Díaz Mirón (1853-1928) escribió en su poema "Asonancias": "Sabedlo, soberanos y vasallos,/ próceres y mendigos:/ nadie tendrá derecho a lo superfluo/ mientras alguien carezca de lo estricto...".
Y mientras Díaz Mirón escribía esto, Oscar Wilde decía: "A mí denme lo superfluo, que lo necesario cualquiera puede tenerlo".
Yo pienso que el derecho moral y legal a lo superfluo se gana con trabajo honesto y responsabilidad social, la cual incluye el pago de impuestos. Todo lo demás se llama envidia.
Si nos apegamos a lo que Díaz Mirón sugiere, nadie podría disfrutar del producto de su trabajo sin cargos de conciencia. Todos los artículos y establecimientos de lujo deberían desaparecer, además de que en un mundo con más de 7 mil millones de habitantes siempre va a haber alguien que carezca de lo indispensable.
En esa línea de pensamiento, ¿para qué entonces invertir, crear empresas, trabajar años enteros y ahorrar para disfrutar la vida, si lo políticamente correcto es llevar una vida modesta cuyo límite es la "honrada medianía"?
Si alguien en lo personal decide convertirse en un asceta, renunciar a lo mundano o hacer votos de pobreza, está en su derecho, pero ello no convierte en personas inconscientes explotadoras de pobres a quienes, sin robar ni deberle a nadie, prefieren disfrutar la vida con el producto de su trabajo.
Creo que el Presidente López Obrador se equivoca al decir que está dispuesto a pasar de la actual "austeridad republicana" a la "pobreza franciscana" y de esa manera poder destinar más fondos para el bienestar y desarrollo de México. Si él quiere convertirse en monje franciscano es su decisión, pero no puede someter al país entero a una vida monacal. Los votos de pobreza no aplican para un país que lo que quiere es precisamente salir de la pobreza.
Otra idea que también deambula en las discusiones acerca de la manera de acabar con la pobreza de millones de mexicanos, toma la noción que el filósofo político y anarquista francés, Pierre Joseph Proudhon, plasmó en la lapidaria frase: "La propiedad es un robo".
Proudhon decía que es un robo la propiedad que da derecho a las rentas, a los alquileres, porque se recibe algo a cambio de nada; que la noción de propiedad surge del propósito de repartir los bienes materiales (devolverle al pueblo lo "robado"); que para ese reparto se aplicó el derecho del más fuerte, del cual surgieron la servidumbre, la usura, el tributo y toda la larga serie de impuestos, tasas y contribuciones. Y al derecho del más fuerte, le sucedió el del más astuto y del cual han surgido las ganancias de la industria, el comercio y la banca, así como los fraudes, lo que le llevó a equiparar el talento y el ingenio con el "engaño", lo cual de alguna manera sostienen los defensores de la 4T.
No puede generalizarse que quienes con talento e ingenio, y utilizando las reglas del sistema económico establecido han logrado éxitos son por definición estafadores que engañan a la gente.
Tampoco debemos aceptar la idea de que los bienes materiales obtenidos honestamente fueron posibles gracias a que millones de mexicanos pobres han sido explotados.
Es y debe seguir siendo posible disfrutar la vida y el producto de nuestro trabajo sin cargos de conciencia, para lo cual es menester incluir en nuestros emprendimientos acciones que mejoren las condiciones de vida de los más pobres, y si no de todos, al menos de los que están a nuestro alrededor.
"El derecho moral a lo superfluo se gana ayudando a los que carecen lo indispensable".
Yo