Imagen bananera



Pensé que estando en Madrid, desde donde escribo, podría desentenderme del tema que desde hace tres años nos tiene a todos ocupados. No ha sido así. Cada vez que me preguntan de dónde soy y respondo "de México", invariablemente sale a relucir nuestro Presidente y la ridícula solicitud que hizo al rey de España para que pidiera perdón por los abusos cometidos durante la Conquista a los pueblos originarios hace 500 años.

Lo que me ha nacido decir a los españoles es que así no somos los mexicanos. Que al revés, como mexicano, les pido perdón yo por el Presidente que tenemos. Somos mejores personas y más capaces que nuestro gobierno. La máxima que dice que los pueblos tienen el gobierno que merecen no aplica en nuestro caso. Más bien creo que el noble y resiliente pueblo de México nunca ha tenido el gobierno que merece.

Es vergonzoso ver la manera como se mofan de nuestro Presidente y sorprendente la capacidad que tiene para producir pena ajena. Las burlas, chistes y referencias que hacen de él y de la investidura presidencial, que tanto dice cuidar, se parecen a la sátira del comediante Sacha Baron Cohen en su personaje "Borat", quien en la película del mismo nombre hace un recorrido de aprendizajes culturales para beneficio de la "Gloriosa Nación de Kazakhstán".

Si antes éramos vistos como tercermundistas o como un país emergente en "vías de desarrollo", ahora somos vistos como un país bananero, término utilizado para hacer referencia a naciones pobres, corruptas, inestables, retrógradas y poco o nada democráticas.

La verdad es que la imagen de México, a solo tres años de la 4T, se ha depreciado. Somos el hazmerreír del mundo. Un país que no merece ser tomado en cuenta.

Sin embargo, es notable que ese desprecio y desconfianza es más al gobierno (pasados y presente) que a los ciudadanos mexicanos, quienes a pesar del enorme desprestigio que el narcotráfico, la violencia, la inseguridad y el actual Presidente con sus decisiones y ocurrencias nos endilgan, seguimos siendo de alguna manera queridos y valorados como personas amables, nobles y hospitalarias (aunque no sé cuánto tiempo más podremos sostener esa fama colgada de alfileres).

La imagen de un país y de sus ciudadanos funciona de manera similar a las marcas comerciales.

Así como el origen de los productos, es decir, la "nacionalidad de las marcas", influye significativamente en la confianza hacia ellos, también el origen y la nacionalidad de las personas influye en la credibilidad y confianza. Digamos que la nacionalidad puede ser, en unos casos, causa de infundadas sobrevaloraciones y en otros de injustas discriminaciones.

Los países compiten entre sí para tener una tajada de la atención mundial. Y para ello es necesario sobreponerse a las dificultades y retos que su propia historia (humana y comercial) supone. Por ejemplo, confiamos más en un producto fabricado en Japón que uno de China, aunque ambos puedan tener calidades y tecnologías similares; un automóvil alemán es percibido de mejor calidad que uno americano; algo diseñado "Made in Italy" se supone mejor que lo "Hecho en México".

Y lo mismo en cuanto a las injustas y equivocadas comparaciones de personas: por ejemplo, aunque en todas partes se cuecen habas, un ciudadano nórdico es considerado más confiable y educado que un latino, un asiático más civilizado que un latino o un capitalino más que un provinciano.

El origen y la historia de un individuo o de un pueblo impacta a sus descendientes, como es el caso de los alemanes que hasta la fecha tienen que sobreponerse a la mala imagen que el nazismo les dejó, y con la cual las generaciones actuales no tienen nada que ver. En nuestro caso, los mexicanos tenemos que sobreponernos a la imagen negativa que el narcotráfico, la violencia y la corrupción nos han dejado.

Y en ese sentido, nuestro Presidente no ayuda mucho. Más bien ha ahondado la percepción de que los mexicanos somos ignorantes, chafas e ineptos.

Lo único que podemos hacer para mejorar nuestra imagen es olvidarnos del gobierno, y cada uno desde nuestras trincheras, enfocar la atención en todo lo bueno que sí tenemos, en nuestras capacidades, creatividad y fuerza de trabajo, y en la calidad de personas que somos y sabemos ser.

"Lo importante no es de dónde venimos,
sino a dónde vamos".

Yo