Derecho a decidir

Derecho a decidir

Por fin, y además por unanimidad como debió ser, la Suprema Corte declaró que en México es inconstitucional penalizar el aborto voluntario.

Así dice la sentencia: "La libertad reproductiva, en su vertiente específica del derecho a decidir, implica que no corresponde al Estado conocer o evaluar las razones para continuar o interrumpir su embarazo ya que pertenecen a la esfera de intimidad de la mujer y que pueden ser de la más diversa índole, lo que comprende razones médicas (físicas y psicológicas), económicas, familiares, sociales, entre otras".

Siempre me pareció un cruel despropósito obligar a una mujer a tener un hijo, negarle apoyo médico y llegar al extremo de encarcelarla si, por la razón que fuere, decidió interrumpir su embarazo.

En varias ocasiones en este espacio he expresado mis opiniones al respecto y, para los que se rasgan vestiduras por esta decisión de la Corte, considero necesario repetirlas.

Tal como quedó establecido en la sentencia, la decisión de abortar o no abortar, y de vivir con las consecuencias que esta decisión pudiera tener, inclusive frente a Dios si se es creyente, corresponde sólo a la mujer.

Una mujer que por la razón que fuere decide abortar, en lugar de recibir una andanada de reprimendas y advertencias, debería recibir toda la ayuda posible del Estado y de la sociedad para que lo que decida hacer lo haga sin poner en peligro su propia vida y sin ser estigmatizada.

Quien prohíbe, y más aún, quien castiga a quien decide abortar, no lo hace en realidad para beneficio de la mujer en cuestión, sino para tranquilizar su propia conciencia.

Me pregunto, ¿qué pensarán todas las personas que se oponen a la despenalización del aborto y proponen, hasta por objeción de conciencia, negar atención médica a las mujeres que deciden abortar? ¿Qué pensarán lo miembros de los movimientos mal llamados "pro-vida" (quienes para dramatizar sus posturas llaman a los cigotos y embriones: bebés) cuando se enteran que una mujer murió porque le practicaron un aborto en condiciones inadecuadas, o que encontraron muerto a un recién nacido abandonado, o un feto en el drenaje? La verdad es que prohibir y castigar abortos no los evita.

Nadie puede obligar a una mujer a tener un hijo. Y si la preocupación de los creyentes religiosos es que las mujeres que abortan cometen un grave pecado, corresponderá juzgarlo a la justicia divina, no a la terrenal.

Las cosas de la vida no son blancas o negras. Hay colores y matices. Cada persona y cada circunstancia es única, individual y diferente a la otra. Cada caso es un caso.

¿Qué derecho tiene cualquier persona a inmiscuirse en las vidas y decisiones de otros?

Lo digo porque es muy fácil y cómodo opinar y dar consejos con el sufrimiento ajeno. Por eso cuando los embarazos premaritales, los abortos, los divorcios y demás ocurren en el seno familiar de los que critican y se oponen a todo esto, terminan tragándose sus propias palabras y escondiendo la realidad.

Le pido, amable lector, como si se tratara de una novela basada en hechos reales, que imagine lo siguiente: una adolescente embarazada luego de haber tenido relaciones sexuales con un imberbe y alcoholizado novio, o a una joven mujer embarazada luego de haber sido golpeada y violada por un asaltante, por un pariente o un sicópata. Imagine la vergüenza y el miedo que sienten y las dudas que tienen acerca de las decisiones que deben tomar y en medio de opiniones de todo tipo.

Imagine todo lo que significa tener un hijo no deseado y que una joven se vea obligada a decidir en unas cuantas semanas y bajo presión el futuro de la vida entera.

Imagine ahora que si decide abortar le negarán ayuda médica hasta por objeción de conciencia, y que, si es creyente, vivirá con la amenaza de un castigo eterno por haber violado la ley de Dios y podría terminar en la cárcel por violar la ley del hombre. Imagine ahora que la adolescente está pensando en suicidarse.

Por último: imagine que esa joven... es su hija.

Ahora, con el corazón en la mano, diga si está de acuerdo en que otros opinen y decidan sobre lo que su hija debe hacer, y que, si su decisión no coincide con la de los demás, la metan a la cárcel y la manden al infierno.

"En las democracias, los votos no deben ser devotos".

Yo