¡Ah, qué caray!

¡Ah, qué caray!



Todos los días siguen muriendo personas a causa del Covid-19. Son tantas ya que en lugar de verlas como personas, con vidas, familias, anhelos e historias propias, normalizamos los datos y los reducimos a nada, a decir simplemente: "¡ah, qué caray!", ojalá y no nos toque, hay que cuidarnos.

Está confirmado que de los fallecidos por Covid-19 y sus variantes, entre el 98 y 99% son personas que no estaban vacunadas. Además, y por si fuera poco, el miedo a las vacunas -que para mí, más que miedo es necedad-, es la causa principal de la saturación de hospitales y la carga excesiva al personal y servicios médicos, lo que imposibilita la atención adecuada de otras enfermedades e incidentes que requieren hospitalización y atención médica urgente.

El movimiento antivacunas es incongruente. Por un lado, acusan a las autoridades de salud, a las farmacéuticas que investigan y producen vacunas, y a la comunidad científica que las avala, de ser ignorantes, de tener intereses oscuros y hasta de conspiraciones para controlar el mundo, y por otro, a la hora de que alguien de ellos resulta positivo al Covid-19 y su salud se agrava, recurren a los hospitales, a los doctores y a las medicinas producidas por las mismas farmacéuticas que vilipendiaban mientras estaban sanos.

Cada uno puede hacer de su vida "un papalote" si así lo quiere. Pero quienes se oponen a las vacunas deben sostenerse en lo que pregonan, y a la hora de la verdad no convertirse en la carga médica, social y económica de todos.

Si los antivacunas se contagian y requieren hospitalización y atención médica, quédense en su casa, sigan tomando cloro, chochos o tés de guayaba, y si son creyentes, pídanle a Dios que los cure. No recurran a la ciencia y a los médicos mercantilistas que denuestan. Acudan con su charlatán de confianza y sigan sus recomendaciones para superar la enfermedad. Y créanme que les deseo que salgan bien librados.

Mientras tanto sepan que en menos de un año la comunidad científica ha logrado generar un amplio conocimiento sobre el nuevo coronavirus para hacer frente a la pandemia; han descifrado su secuencia genómica, es decir, toda la información evolutiva del virus, las instrucciones genéticas para su desarrollo, y hasta el mecanismo de penetración en las células humanas, conocimiento fundamental para la investigación y descubrimiento de tratamientos y curas efectivas.

Hay dos maneras de lograr la llamada inmunidad colectiva o "de rebaño": la primera a través de la vacunación a la mayoría de la población (entre 60 y 70%) para que todos los vacunados funcionemos como "cortafuegos" de la enfermedad por la falta de portadores suficientes para contagiar el virus; la segunda es de forma natural, a medida que los individuos van poco a poco superando la infección y desarrollando anticuerpos contra el virus.

Lo malo de la forma natural, y que a los del movimiento antivacunas parece no importarles, es que alcanzar la inmunidad colectiva así tiene un costo en vidas muy elevado.

Si alguien no quiere vacunarse y prefiere correr el riesgo de morir, está bien. Es su decisión. Sólo asuman las consecuencias y sean valientes a la hora de que algún ser querido o ellos mismos se pongan graves.

Cada vez que me entero de la muerte por Covid-19 de alguien que no quiso vacunarse, recuerdo el poema "Hombres necios", de Sor Juana Inés de la Cruz, que arguye la inconsecuencia, el gusto y la censura de los hombres que acusan lo que causan (en ese caso a las mujeres).

El poema original dice así:

"Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis: si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? Combatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia".

Haciendo una analogía entre los hombres necios de Sor Juana, con los necios antivacunas, el poema diría así:

"Hombres necios que acusáis al médico sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis: si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si los criticáis tan mal? Combatís su insistencia, y luego, con gravedad y urgencia, solicitáis su sapiencia".

Al final, de algo nos vamos a morir. ¡Sí! Solamente, ¡no empujen!

"Si Dios existe, es un sádico".

Yo