Eliastés 7:2-4

 

Luego de haber viajado dos mil kilómetros (en avión) para asistir a un festejo familiar, noté que algunas de las personas que también habían sido invitadas se disculparon por no haber asistido, argumentando todo tipo de razones: asuntos de trabajo, otros compromisos sociales o familiares simultáneos, el costo del viaje, etcétera. Y para de alguna manera no "quedar mal" y hacer sentir bien al anfitrión algunos expresaron lo que con frecuencia se dice cuando alguien no puede (o no tiene ganas de) asistir a algún festejo: que si bien no estarían físicamente presentes, ahí estarían "de corazón".


Si todos hiciéramos lo mismo, si a donde nos invitan sólo asistimos "de corazón", el resultado serían fiestas repletas de corazones y sentimientos imaginarios y sillas vacías.

Obviamente no siempre se puede asistir a todo, y menos cuando los eventos implican viajar a otra ciudad y los impedimentos son mayores, pero de lo que me di cuenta, y esto es lo que quiero apuntar, es que todos en general tenemos invertidas las prioridades y le damos más importancia a la muerte que a la vida. Explico.
Si un familiar o un amigo querido muere, somos capaces de mover cualquier cita de trabajo, cancelar otros compromisos, comprar boletos de avión al precio que sea, y mover cielo, mar y tierra para estar presentes y llegar a tiempo al entierro para darle un abrazo ya no al amigo o familiar muerto (obviamente), sino a sus deudos.

Pero si ese mismo familiar o amigo querido decide hacer una fiesta para celebrar junto con nosotros y en vida algo importante, en lugar de hacer lo necesario para asistir y acompañarlo en esa celebración, comenzamos a "regatear" el esfuerzo que se requiere para estar presentes.

Sí gastamos y reorganizamos las cosas para atender asuntos de muerte, pero no para atender asuntos de vida. Sí "acompañamos" amigos en sus entierros, pero no los acompañamos en sus fiestas.

Entiendo que no siempre es posible, y que hasta las prioridades tienen prioridades, pero es claro que el esfuerzo que hacemos para asistir a festejos y celebraciones de vida es mucho menor que el que hacemos para asistir a funerales y ceremonias luctuosas. Le damos más importancia a las ausencias que a las presencias; al llanto que a la risa, al dolor que al placer.

Y para mí, las cosas deben ser al revés. Debería darnos más pena, y sentirnos más mal por no asistir a las fiestas que nos invitan que a los sepelios, que dicho sea de paso, nadie nos invita. Es absurdo, pero a las fiestas nos invitan y no vamos, y a los sepelios no nos invitan y vamos. (Yo prefiero ser invitado de fiesta que gorrón de sepelio).

En este sentido, estoy completamente en contra de lo que la Biblia (Eclesiastés 7:2-4) dice:

"Es mejor ir a un funeral que ir a una fiesta, porque todos deben morir, y los que están vivos debieran aceptar eso. El dolor es mucho mejor que la risa, porque cuando estamos tristes tratamos de ser buenos. El sabio piensa en la muerte, pero el falto de entendimiento sólo piensa en pasarla bien".

Si bien entiendo la reflexión sobre la fugacidad de los placeres, la futilidad de los bienes materiales y las injusticias de la vida, yo reescribiría estos versículos para que quedaran como sigue (Eliastés 7:2-4):

"Es mejor ir a una fiesta que a un funeral, porque todos debemos vivir y los muertos, si revivieran eso querrían que hiciéramos. La risa es mucho mejor que el dolor, porque cuando estamos felices, somos, podemos y es más fácil ser buenos. El sabio piensa en la muerte pero sabe que sólo en vida y estando bien se puede hacer el bien a otros, pero el falto de entendimiento piensa sólo en pasarla bien porque confía en que el sabio lo salvará de morir".

En otras palabras diría que si la muerte nos hace pensar en lo realmente importante, lo que los funerales nos deben enseñar entonces es a disfrutar la vida responsablemente, no para olvidar nuestra fragilidad, sino precisamente para recordarla; no para convertirnos en personas banales y no para olvidarnos de los que sufren o menos tienen o dejar de hacer algo por ellos, sino sabiendo que cuando hacemos algo para ayudar a los demás nos ganamos el derecho a no sentirnos mal cuando la pasamos bien.



"Más vale un minuto de risa que un minuto de silencio".

Yo