Universidad de la injusticia
En este mundo convulsionado, falto de justicia y solidaridad, de ética y conductas cívicas, lo mejor que los adultos, y especialmente los abuelos, podemos hacer hoy es asegurarnos de que estos valores se transmitan no sólo a nuestros hijos, sino a nuestros nietos.
Las posibilidades de educar e inculcar buenos principios a los hijos normalmente terminan cuando éstos adquieren la mayoría de edad, y si como padres, por alguna razón fallamos, no pudimos o no tuvimos la oportunidad de hacerlo, o éstos la desperdiciaron, como abuelos se nos presenta una segunda oportunidad para intentar que al menos la segunda generación, la de los nietos, sean personas de bien.
La conexión entre nietos y abuelos es única, pues está impregnada de legados culturales, experiencias y maestrías para lograr una vida provechosa, balanceada y feliz. Es como sembrar justicia, educación y buenas costumbres para ser cosechadas por las generaciones venideras.
En los casos en los que la educación parental es exitosa, surge una posibilidad excepcional para los abuelos: la de transmitir a los nietos nociones de vida más sofisticadas y que pocos niños y jóvenes tienen la suerte de escuchar y aprender.
Experiencias que tienen que ver con el desarrollo humano, con el liderazgo, con los problemas del mundo, con la investigación, la ciencia y el arte, y el porqué a pesar de las dificultades y desventuras, es mejor afrontarlas y salir adelante siendo personas decentes, de bien, en lugar de andar por la vida corrompiendo y atropellando todo lo que encuentren a su paso para obtener beneficios fáciles e inmediatos. Temas imposibles de abordar cuando los padres e hijos ni siquiera han asimilado conceptos elementales de la educación y el civismo.
Todo esto viene a colación, y lo comento no por presunción, sino como ejemplo vivo de experiencias educativas más sofisticadas, porque el día de ayer, mi nieta de 14 años, quien vive en Estados Unidos, participó en la primera de una serie de conversaciones públicas con una de las seis regidoras (commissioners) de su ciudad, quien está en campaña para su reelección.
El motivo de esta conversación fue hablar acerca de los intereses de los jóvenes y la importancia de votar e involucrarse en los asuntos de la comunidad y del mundo.
Lo importante de esto es preguntarse ¿por qué y cómo llega un adolescente a interesarse y participar en temas de esta naturaleza y por qué a la mayoría de jóvenes (y adultos) les importan un bledo los demás?
Las respuestas las encuentro no tanto en la particular capacidad e inteligencia de mi nieta, quien desde pequeña ha mostrado un especial interés por la justicia, la equidad y el bienestar colectivo, sino en que estas actitudes y sentimientos -naturales e innatos en los niños- van desapareciendo poco a poco en la medida en que los padres les enseñan a sus hijos a pensar únicamente en ellos, sin cuestionar jamás la legalidad, moralidad, ética y pertinencia de sus actos o en las consecuencias que acarrean.
La mayoría de los padres defienden a sus hijos a pesar de que éstos obren mal, sin darse cuenta de que respaldar o justificar a quienes violan las normas establecidas o actúan al margen de la ley, lo único que les enseña es que el fin justifica los medios.
Defender los errores de las personas que amamos es como pagarles su inscripción en la universidad de la injusticia, de la que luego muchos desgraciadamente se gradúan con honores y doctorados en corrupción.
Estudios científicos han demostrado, por ejemplo, que niños de tres a cinco años son sensibles al daño a los demás, y si se les da a elegir, prefieren ayudar a la víctima que castigar al victimario. Es decir, prefieren una justicia restaurativa que una punitiva.
Esto quiere decir que, en algún momento de la vida, cambiamos la empatía y la generosidad por egoísmo y codicia, y la justicia restaurativa por venganzas.
La clave para un desarrollo social y familiar sano está en la defensa de principios, y no de las personas que los pisotean, así sean nuestros amados hijos.
Taparse un ojo o solapar personas que mienten, hacen trampa, abusan de los mas débiles o violan la ley nos convierte, además de cómplices, en promotores de injusticias y corrupción, encaminando a todos los que nos rodean y confían en nosotros a una vida en la que al final terminarán solos, odiados, arruinados, presos... o muertos.
"Decadencia es
la transgresión sistemática
de principios".
Yo