No entienden...


No dudo que hay muchos ricos y prominentes mexicanos que nunca se han preocupado por los que menos tienen, o que sus fortunas fueron hechas violando leyes, evadiendo impuestos, mal pagando a sus trabajadores y proveedores, etcétera.

Pero también estoy seguro de que son los menos, y que la enorme mayoría de empresarios, comerciantes, profesionistas y ejecutivos que conforman las clases medias y altas del país, lo poco o mucho que tienen lo han logrado en buena lid, por decirlo de alguna manera, preparándose, arriesgando, compitiendo, asumiendo responsabilidades y cumpliendo razonablemente bien con las reglas del sistema económico y jurídico establecido.

Cabe hacer notar que, en un sistema democrático, las reglas no las ponemos los ciudadanos comunes, sino los representantes del pueblo, es decir los legisladores cuya función es (supuestamente) cuidar y ordenar a la sociedad y lograr su prosperidad.

Si esas reglas, si sus abusos y violaciones o la corrupción de los responsables de vigilarlas y aplicarlas han dado por resultado un país (y un mundo) con enormes desigualdades, no se puede culpar de ello a quienes acatando las leyes han logrado un bienestar superior al promedio.

Reducir la brecha entre ricos y pobres, y la concentración de riqueza (41 por ciento de la riqueza del mundo está en manos de menos del 1 por ciento), requiere políticas públicas nuevas sostenibles, de alcance global y con altura de miras.

Lo malo en nuestro caso es que hoy estamos en manos de un grupo de políticos miopes y oportunistas que manipulan la pobreza, abusan de las leyes y reglas de la democracia, eluden el escrutinio público y la rendición de cuentas cooptando y desacreditando a los organismos autónomos que se han creado precisamente para supervisar, auditar y evaluar su desempeño.

Para estos falsos paladines de los pobres que se inventan "transformaciones" sociales o de conciencia, la manera de reducir desigualdades no es elevando la calidad de vida de los más necesitados, sino bajando la de los más ricos, y nadie que tenga un nivel educativo o económico superior al promedio tiene autoridad moral para opinar o criticarles.

Lo anterior, a pesar de que las vidas privadas de buena parte de los funcionarios públicos, legisladores, líderes sindicales o empresarios afines a su causa, tienen riquezas y llevan una vida mucho más ostentosa que las de todos los que injurian.

Cuando se habla de privilegios y riquezas materiales, sólo se fijan y asumen como mal habidas las de opositores que, en ejercicio de su libertad democrática, no se les han aliado.

Jamás cuestionan el origen de las fortunas y la calidad de vida de los grandes empresarios que, gracias al apoyo que brindan a la 4T, mantienen concesiones y privilegios; tampoco las de líderes sindicales, funcionarios públicos, diputados y senadores afines, ni las de la propia familia presidencial cuya "inexplicabilidad" es perfectamente explicable. Todas ellas han sido purificadas por servir a la causa.

Cada vez que alguien critica las políticas públicas, decisiones, dislates y ocurrencias del Presidente -que lo único que logran es aumentar popularidad entre los ignorantes, en lugar de darle valor a lo que se dice- se fijan más en quién lo dice, escudriñando cada una de las palabras utilizadas y pasando a segundo término el fondo de las críticas, que por lo general tienen que ver con los malos resultados que la 4T ha tenido hasta ahora, con la división y encono social que sus discursos fomentan, con la inseguridad jurídica y desconfianza en el futuro del país, y sobre todo con la corrupción y delincuencia tolerada.

Suena interesante y hasta inteligente decirles a todos los que no creemos en esa promesa hueca llamada 4T que "no entienden que no entienden". Pero no es que no entendamos la necesidad de políticas públicas que equilibren mejor el desarrollo del país, o que necesitamos una clase política honesta y capaz, o que seamos insensibles a la pobreza ajena.

El problema de la 4T no es su discurso de bienestar y honestidad con el cual todos estamos de acuerdo. El problema es que sus hechos no son compatibles con sus dichos, y sus más avezados seguidores lo saben y entienden, simplemente les cuesta trabajo aceptar y reconocer que fueron víctimas de un fraude político-intelectual.

"Si 'pro' es lo contrario de 'con',
¿qué es lo contrario del 'progreso'?".

Paul Harvey