La belleza del horror

No creo que haya una celebración más icónica, y que envuelva tantos simbolismos, costumbres y tradiciones culturales y religiosas como la del Día de Muertos, y que hoy se mezcla y confunde con la del Día de Brujas o Halloween, conviviendo ambas, en un interesante, artístico y divertido sincretismo que ha dado lugar a fiestas y carnavales folclóricos (en Oaxaca les llaman "muerteadas") en los que se usa y recrea toda la parafernalia relacionada a la muerte y al mundo paranormal.

Los orígenes de estas dos celebraciones son completamente distintos. El Día de Muertos es de origen prehispánico, y luego de la imposición del cristianismo se unió con el día de Todos los Santos, que era la celebración española a sus difuntos.

Halloween, por su parte (del escocés "All Hallows Eve" / Víspera de Todos los Muertos), también conocida como Noche de Brujas, es una celebración pagana en la que se creía que durante esa noche se abrían las puertas del "otro mundo" y las almas de los muertos podían pasar al mundo de los vivos.

Estas celebraciones son -además de una industria multimillonaria de disfraces y accesorios- una extraña diversión relacionada con lo que más se teme: la muerte.

Psicólogos evolucionistas dicen que los juegos, disfraces y películas de horror tocan miedos primarios y peligros antiguos, como el miedo a ser comido, lo que explica la popularidad de las películas de zombies, que muestran seres cuyo alimento favorito es la carne humana. Otros dicen que el placer de recrear estas situaciones deriva del alivio que se siente después de haber sentido un miedo intenso.

Para mí, todo aquel que se somete voluntariamente a algún tipo de sufrimiento físico o emocional para luego sentir el placer de su desaparición es un masoquista. Son los que pagan para tirarse al vacío colgados de una liga o los que disfrutan juegos mecánicos extremos cuya altura y velocidad hacen que el estómago (y otras partes del cuerpo) se vayan a la garganta, todo para al final sentirse felices porque salieron ilesos.

Nunca he entendido el placer de sufrir o sentir miedo, ni por qué tantas personas disfrutan las películas de horror o se ríen cuando los asustan. Jamás he utilizado la exclamación "¡Boo!" y mucho menos con niños, porque cuando alguien me asusta deliberadamente, lejos de provocarme risa, me enoja.

Los que gozan la eliminación de un miedo, una angustia o un dolor autoinfligido son como el chiste del anciano que siempre se compraba zapatos de talla chica porque a su edad el único placer que tenía era quitárselos.

No obstante la retorcida psicología que hay detrás del placer por el peligro y el horror, aprecio enormemente la estética y las oportunidades de expresión artística y hasta de erotismo que el Día de Muertos, el Día de Brujas y la parafernalia de la muerte brindan.

El horror tiene una belleza especial, pero sólo cuando es ficticio. Los horrores de la vida real, como cráneos encontrados en fosas clandestinas, mutilaciones de secuestradores, cabezas humanas tiradas en la calle o cadáveres decapitados colgados en un puente en nada se parecen a las calaveras adornadas con chaquiras, a los esqueletos de las hermosas y sensuales catrinas o a los maquillajes de zombies devoradores que con pintura roja o salsa catsup simulan el disfrute de un sanguinario banquete.

La belleza del horror de estas dos celebraciones, Día de Muertos y Halloween, es completamente distinta.

El concepto de Halloween consiste en la teatralidad de enfermar lo sano y afear lo bello, como convertir la bella y tierna escena de una niña cantando feliz sobre un columpio adornado con flores esplendorosas, en la de una niña andrajosa y demencial riéndose de su desdicha y augurando la muerte de todos en medio de flores marchitas.

El concepto y la estética del Día de Muertos es exactamente lo contrario. Consiste en sanar lo enfermo y embellecer lo feo, como darles vida a los muertos haciendo bailar esqueletos elegantemente ataviados como catrines y catrinas que asisten a la mejor de las fiestas, o llenar de flores las cavidades de una calavera.

Aunque estas fiestas tienen elementos comunes, los sentimientos y emociones son distintos: en una los vivos se van, en otra los muertos regresan. Prefiero mil veces, la segunda.

"No tenemos miedo a la muerte
sino a su inmediatez".

Yo