Guardián de las promesas
Los mexicanos tenemos derecho a saber con total transparencia la cantidad total de vacunas para el Covid-19 que el gobierno ha comprado, cuándo se espera recibirlas, el tipo y el fabricante, así como las diferencias y efectividad comparativa entre ellas. Tenemos derecho a saber por qué y con qué criterios médicos a unas personas se les está vacunando con unas y a otras con otras. Tenemos derecho a saber cómo, cuándo y dónde se piensa aplicar las aproximadamente 180 millones de dosis necesarias para vacunar a 90 millones de mexicanos, porque con el ritmo y (des)organización actual el proceso durará años, lo que simple, sencilla y criminalmente significa más muertes.
¿Por qué las autoridades federales y el Ejército que están controlando este proceso no hablan claro y completo? ¿Por qué no se dejan ayudar y permiten la colaboración del sector privado en la aceleración del plan de vacunación, como se está haciendo en otros países en los que mediante la combinación de esfuerzos logran vacunar millones de personas diarias, en lugar de unos cuantos miles?
Con la información parcial e inconsistente que dan, y la desorganización del proceso, no sabemos qué esperar ni a qué atenernos, lo cual genera desconfianza al gobierno y a la propia vacuna; propicia, como siempre, corrupción e influyentismo, y obliga a la búsqueda individual de soluciones, que van desde madrugar para formarse en colas de vacunación sin cita previa, hasta viajar a otros estados y municipios, e inclusive a otros países, donde se puede demostrar residencia, para intentar ser vacunados.
Una cosa es que personas mueran por el surgimiento de una pandemia, y otra muy diferente que las muertes se deban a negligencia o incapacidad para operar eficazmente un plan de vacunación de cuya celeridad dependen vidas y economías.
El diario español El Independiente, calificó desde el inicio de la pandemia a Trump, Bolsonaro y AMLO como los líderes mundiales más negligentes en la batalla contra el coronavirus, al haber infravalorado la pandemia a riesgo de las vidas de sus ciudadanos.
Para Bolsonaro el Covid-19 era solo un "resfriadinho"; Trump se ubicó entre los llamados "negacionistas" asegurando que el virus pronto desaparecería, y la dupla AMLO-Gatell jugando con la gravedad de la situación y las medidas de protección, restándole en unos casos importancia al uso de cubrebocas como principal medio para evitar contagios y muertes asociadas, y en otros a la sana distancia.
Cuanto más poder se tiene, más peligroso es el abuso, dice una famosa frase del político inglés Edmund Burke.
Es el exceso de poder el que permite decir y hacer lo que sea, sin ser llamado a cuentas. Nada pasa si el Presidente o sus allegados mienten, roban o se equivocan. Nada pasa cuando la soberbia impide reconocer errores, rectificar o modificar estrategias, ni siquiera cuando el número oficial de fallecidos por Covid-19 al día de hoy ha triplicado el escenario catastrófico de 60 mil muertes planteado por Gatell el año pasado.
Y no solo no se modifica la fallida estrategia, de prevención y vacunación, sino que se atreven a decir que buscarán fortalecerla, basado todo en optimismos ilusos en lugar de en planes de acción realistas, profesionales y con bases científicas.
Basado en nada, el Presidente ha dicho: "Soy optimista en todo sentido. Estoy seguro de que vamos a superar esta situación difícil de la pandemia y vamos a recuperar nuestra economía, nuestros empleos; es cosa de no rendirnos".
Lo que necesitamos no son gobernantes que den palabras de aliento ("wishful thinking") sino funcionarios capaces de llevar a cabo las promesas.
La 4T prometió acabar con la corrupción, prometió reducir la pobreza, prometió un sistema de salud como el de Dinamarca, etcétera. Esas promesas, a todas luces, no se están cumpliendo, siempre hay un tercero a quien culpar del fracaso y siempre hay una promesa de que el sueño se hará realidad.
Lo que necesitamos son instituciones independientes que funcionen como ángeles garantes de las promesas, que actúen como los jueces que el jurista francés Antoine Garapon describe en su libro Le Gardien des Promesses: Justice et Démocratie: "la función del juez es ser el último guardián de las promesas que los hombres y la sociedad se hacen a sí mismos".
"Todos los candidatos son prometedores.
Prometen lo que sea para llegar al poder".
Yo