Enseñar a no tomar
Esta semana decidí descansar del tema de ya saben quién.
Hace años, escribí en este mismo espacio un artículo que en ese entonces titulé "Sociedad Alcohólica". En él hablaba del consumo cada vez mayor de alcohol entre los jóvenes (vocablo genérico que incluye a las mujeres jóvenes) y de que son los propios padres de familia los que incitan y promueven su consumo desde sus mismas casas.
Decía también que es necesario construir y promover una cultura en la que todos entendamos que es posible pasarla bien sobrios.
El tema sigue vigente. Como sociedad tenemos un alto nivel de dependencia al alcohol. Si no me creen, hagan la prueba. Intenten organizar una fiesta sin vino, sin licores ni cervezas, y escucharán toda clase de argumentos para rechazar la idea, principalmente el de que sin alcohol la fiesta será "aburrida"; intenten hacer un brindis con un vaso de agua en la mano y alguien correrá a cambiarles el vaso por una copa de vino, como si éste fuera el garante y testigo de la verdad y sinceridad de las palabras.
Tan alcoholizada está la sociedad, que muchos padres de familia, preocupados por los riesgos que el beber conlleva (no tanto por riesgos a la salud, sino por el miedo a que sus hijos sufran o causen accidentes graves o hagan tonterías), y debido a que ellos mismos están incapacitados para predicar con el ejemplo, en lugar de enseñar a sus hijos a no tomar, prefieren "enseñarles a tomar", siguiendo la falacia educativa de aquella famosa campaña publicitaria que decía "la calidad es responsabilidad de Bacardí, la cantidad es responsabilidad de usted".
La manera como los padres enseñan a tomar a los hijos es adoptando el rol de "maestros bebedores" e impartiendo cursos prácticos para descubrir juntos, poco a poco, la capacidad máxima de ingesta de alcohol que sus retoños adolescentes tienen antes de vomitar o de comenzar a hacer o a decir estupideces.
La graduación del curso (proporcional a la graduación de alcohol tolerado) se hace con una fiesta organizada en su propia casa, para que se emborrachen en lo que llaman un "ambiente controlado", argumentando que, si de cualquier manera lo van a hacer, es mejor que lo hagan en casa.
Pregunto: ¿no sería mejor que en lugar de enseñar a tomar, se enseñara a no tomar? ¿No sería mejor enseñar y aprender a divertirse sobrios? ¿No es mejor admirar y felicitar a los que no toman que a los que "saben" tomar?
Existe la falsa noción de que los que no toman son por definición "aburridos"; que beber es asunto de hombres (machos) o mujeres liberadas; o que embriagarse junto a otra persona es muestra de una amistad "verdadera", pero no por las cualidades y valores humanos que cada uno tiene, sino por la disposición a solapar o ser cómplices de las osadías que son capaces de decir o hacer cuando están ebrios.
Vivimos en una sociedad alcohólica que tiende a excluir y mofarse de los abstemios. Llega a ser molesta la insistencia y presión que se ejerce para que los que no quieren o no les gusta tomar, tomen, llegando a acuñar frases tan ridículas como la que dice que "la felicidad que no proviene del alcohol es ficticia", cuando la realidad es exactamente al revés, ya que el estado de ebriedad no es otra cosa que una alteración del estado mental y el nivel de conciencia, manifestada en comportamientos, muchas veces vergonzosos o denigrantes, que una persona en sus "cinco sentidos" jamás tendría.
Una manera que encontré para detener la presión social hacia una persona que no quiere tomar, asumiendo equivocadamente que la ingesta de alcohol es placentera o divertida para todos, es llamar en privado a los incitadores para pedirles que dejen de insistir, diciéndoles que se trata de una persona alcohólica que lleva ya varios años sin tomar.
En el momento que escuchan eso, la impresión que tenían de ella cambia. De ser considerada una persona aburrida por abstemia, pasa a ser una profesional con maestría en consumo de alcohol, que sabe perfectamente, e inclusive mejor que ellos, no solo lo que es tomar, sino que además ha sido capaz de superar la adicción, divertirse y disfrutar la vida plenamente sin probar una gota de alcohol.
Al final, mientras nadie le falte el respeto a otro, cada uno decide qué tomar o cómo pasarla bien, aunque para muchos que disfrutan los efectos del alcohol resulte incomprensible que alguien pueda divertirse igual estando sobrio.
"La amistad basada
en la ebriedad es falsa".
Yo