¿Para quién es el progreso?
Si te preguntas por qué me tocó
este pedazo de paraíso, recuérdame enseñarte mis heridas.
Pareciera sencillo definir qué es o qué significa el progreso, pero es más complejo de lo que parece. Un estudio del Human Venture Institute (Instituto del Emprendimiento Humano) dice que tendemos a entender el progreso como un movimiento "hacia arriba", es decir a un lugar en donde las cosas simplemente mejoran.
Sin embargo, lo que pareciera un progreso en el corto plazo puede resultar destructivo en el largo plazo, ya que cada vez que adquirimos o creamos nuevas capacidades y nuevos recursos, introducimos nuevas amenazas, por lo que el progreso no es simplemente un movimiento hacia adelante.
Para entender el progreso, decía el estudio, tenemos que entender la relación dinámica entre capacidades y retos.
En ese sentido, el progreso debe definirse como "cualquier camino para aprender una acción que nos lleva a reducir amenazas o a aumentar nuestra capacidad para lidiar con ellas".
Para mí, entender esto fue revelador.
Un buen ejemplo para explicar lo anterior es el del progreso que la ciencia médica y los servicios de salud generalizados han logrado al aumentar la esperanza de vida al nacer de un promedio de 52 años en 1950 a 72 años en 2019. Dicho progreso hizo que la población mundial se triplicara (de 2,500 millones en 1950 pasamos a ser hoy 7,770 millones) lo cual planteó una miríada de problemas, para empezar, el de triplicar la capacidad de producción de alimentos.
Entender la dinámica del progreso es fundamental para la definición de políticas públicas de un país.
Y mientras en otros países, sus líderes están pensando cómo progresar sin que ello se vuelva un caos, en México, sucede exactamente lo contrario: las amenazas de supervivencia aumentan y las oportunidades de desarrollo disminuyen, todo por la pequeñez mental de los políticos, particularmente la de los ilusos de esta 4T que creen que el bienestar y el progreso se logran regalando dinero a los pobres y satanizando a los ricos.
Nuestro Presidente, en sus infantiles cátedras humanistas nos dice todos los días de distintas maneras que "si tenemos ya un par de zapatos no necesitamos otros" (lección que, por cierto, es incapaz de dar a sus propios hijos). Para el Presidente, el que los mexicanos tengamos resueltas las necesidades básicas debe ser suficiente. Aspirar a más de lo indispensable, es decir, a cualquier lujo, es enfermizo.
Yo le preguntaría, no al Presidente, sino al párroco de México que todos los días les habla no a los ciudadanos sino a la feligresía: ¿Qué hacemos con nuestros ahorros todos los que luego de años de trabajo hemos logrado resolver nuestras necesidades básicas? ¿Podemos comprarnos otro par de zapatos o vacacionar en un hotel de lujo sin que eso sea una afrenta a los pobres? ¿Le pedimos perdón a la sociedad por haber logrado salir adelante? ¿Y a nuestros hijos, les decimos que ajusten su nivel de vida y dejen de soñar con la posibilidad de vivir en una casa gris o una blanca? ¿Podemos aspirar a una educación superior, a viajar y conocer el mundo, o debemos conformarnos con una calidad de vida digna, pero precaria, con un educación pública mediocre y conocimientos obsoletos? ¿Qué lujos podemos tener los mexicanos sin que ello nos convierta en personas deleznables, ostentosas y de mal gusto? ¿Cuánto es mucho?
¿Para quién son los destinos turísticos y los hoteles de lujo? ¿Para quién es el aire acondicionado, la calefacción, las televisiones, los autos eléctricos, los avances tecnológicos y las comodidades que la vida moderna ofrece? ¿Para quién son los teatros, los pianos y los violines, los pinceles y los cinceles? ¿Para quién es el progreso sino para quienes han logrado tener la educación y la capacidad económica y cultural suficiente para apreciar y pagar todo esto, es decir, las clases medias y altas de México y del mundo?
No es correcto juzgar, como lo hace a diario nuestro párroco-Presidente, la calidad moral de las personas en función de las comodidades y lujos que les rodean, como tampoco es correcto hacerlo en función de la austeridad o carencias con las que viven. Así como hay ejemplos de riquezas bien habidas que permiten lujos bien merecidos, los hay de austeridades falsas que sólo son fachadas para esconder enormes fortunas producto de la comisión de delitos y la corrupción.
"Si te preguntas por qué me tocó
este pedazo de paraíso, recuérdame
enseñarte mis heridas".
Yo