Prosperidad culposa

Prosperidad culposa



Los malos resultados de AMLO y su 4T han hecho que sus partidarios y admiradores pasen de ser entusiastas seguidores de un movimiento político que prometía ser mejor y diferente a los anteriores, a defensores de una caterva de ineptos, negligentes y corruptos.

Antes, basados en argumentos 100 por ciento válidos que hablaban de cambios necesarios y urgentes para el país, apoyaron y compraron el sueño de un candidato que prometía acabar con la corrupción y la pobreza.

Hoy, frente a una realidad que dista mucho del sueño, el discurso ha cambiado. Ya no se trata de ganar adeptos, sino de conservar los que tienen y evitar la desbandada provocada por la desilusión.

El tiempo del Presidente y sus voceros se desperdicia defendiendo lo indefendible, como el pobre desempeño económico, el desabasto de medicinas, el aumento de la delincuencia y el número de muertos, los proyectos y reformas inviables, la riqueza "explicable" de familiares y funcionarios, etcétera, pero sobre todo el hecho de que las principales promesas de la 4T no se han cumplido: la corrupción es igual o peor que antes, y la cantidad de pobres, en lugar de disminuir ha aumentado.

Pero cuando la falacia de la 4T se discute entre personas inteligentes y educadas que a pesar de su preparación y desarrollo intelectual fueron o siguen siendo de alguna manera sus simpatizantes, surge una idea (en mi opinión equivocada) con la que se intenta justificar o explicar cómo o por qué un personaje como AMLO, en muchos sentidos inepto, ignorante y limitado, llegó a la Presidencia.

Me refiero a la idea que pretende hacernos ver o sentir a los empresarios y a las clases medias y altas, culpables de la pobreza de millones de mexicanos, como si nuestros relativos éxitos y prosperidad fueran el producto de una deliberada explotación de los menesterosos, de un sistema de privilegios y corrupción premeditadamente creado, o en el mejor de los casos de un inconsciente egoísmo que nos hizo insensibles al sufrimiento ajeno.

Contribuir a mejorar la situación de las personas más necesitadas a nuestro alrededor y de la sociedad en general, es obligación moral ineludible de los que más tenemos. De eso no hay duda. Pero una cosa es hacerlo por empatía y corresponsabilidad humana, y otra muy distinta hacerlo por culpabilidad.

Obviamente hay personas que ayudan a otros para lavar su conciencia, pero la enorme mayoría de personas que hacen bien a su alrededor, que pagan sus impuestos, que colaboran en organizaciones de la sociedad civil, fundaciones benéficas, instituciones educativas, etcétera, lo hacen por sincera nobleza y generosidad, y para devolverle a la sociedad (al pueblo) algo no de lo robado, sino del bienestar logrado.

Un artículo de mi amigo Martín Casillas de Alba titulado "La culpa es como el demonio", decía que "uno anda cargando culpas como si fuera una mochila llena de piedras", y en muchos casos culpas que no son nuestras, como la que podría llegar a sentir un niño por haber imaginado que el avión en el que sus padres viajan cae, y así sucede.

El sentimiento de culpa, el pecado que los intelectuales defensores de la 4T nos quieren endilgar a las clases medias y altas honestas, es el de la prosperidad sin conciencia social o prosperidad culposa debida a la desigualdad que la competencia, la superación personal y la lucha por la supervivencia inevitablemente producen.

Con esa repartición de pecados y culpas justifican, aguantan y en algunos casos hasta defienden la concentración de poder y el desastre de la 4T.

Pareciera que el populismo es la penitencia con la que se purga el pecado de la inconsciencia social.

Pero nadie, y mucho menos los pobres, merecen sufrir las consecuencias de llevar al país a la ruina sólo para castigar a los prósperos deshonestos o inconscientes.

La solución no la vamos a encontrar mirando hacia atrás, sino forjando una nueva y sana relación entre la sociedad y el gobierno, impulsando el desarrollo personal (que en suma es el colectivo) y "enseñando a pescar" (en lugar de "dar pescados" como ha sido hasta ahora) de manera que cada persona sea capaz de lograr por sí misma una calidad de vida superior a la que tiene, lo cual incluye, si alguien así lo desea, tener sin remordimientos, más de un par de zapatos.

"El trabajo sin ambición
es un motor frenado".

Yo