Hay un tiempo para todo

El domingo pasado asistí a la función del Ballet Nacional de España. La frase con la que promovieron este evento resume todo lo que se puede decir al respecto: "lo mejor de la danza española en un solo espectáculo".

La música, una poderosa composición contemporánea del alma de España, envolvía las distintas disciplinas de la danza española ejecutadas con impecable técnica y fuerza expresiva; la coreografía, con una armoniosa fluidez de movimientos y delicados ademanes, asemejaba el "baile de los estorninos", esos inexplicables vuelos sincronizados de aves en el cielo poéticamente llamados "murmuraciones"; las sofisticadas y elegantes tonalidades del vestuario y la iluminación, que magistralmente provocaba destellos en las telas, capas, rostros y manos, por momentos me hacían ver cuadros de Velázquez, Goya y el Greco. Exquisitez pura.

Y, por si fuera poco, fue presentado en la Sala Plácido Domingo del Centro de Artes Escénicas del Centro Cultural Universitario, un recinto con el ambiente, acústica, tecnología e infraestructura a la altura de los mejores del mundo y gracias al cual podemos ahora disfrutar producciones musicales, dancísticas y teatrales de clase mundial.

Cuando terminamos de ovacionar el primer movimiento de la "invocación bolera", mi esposa me dijo lo que motivó este escrito: "ya se me había olvidado aplaudir", haciendo referencia al tiempo que había transcurrido sin ver un espectáculo de esta calidad, debido a la pandemia que no termina de pasar, y en la que poco a poco hemos ido aprendiendo a vivir con ella y a pesar de ella.

Es un placer hablar y recordar otras cosas, porque así como se nos había olvidado aplaudir, se nos había olvidado lo que era saludar amigos y conocer gente nueva en ambientes de arte y cultura; se nos había olvidado lo que se siente hablar de música, de colores, de vuelos de aves, de lo abstracto, de emociones, sentimientos y sutilezas. Se nos había olvidado vivir.

Los últimos años han sido duros, ásperos y agresivos. La pandemia nos invadió por completo aunada a la otra epidemia, la de la política, esa que ha secuestrado nuestras conversaciones, y que, en lugar de enfermar el cuerpo, nos ha enfermado la mente.

Hemos priorizado lo que nos angustia y enferma sobre lo que nos nutre, lo que nos da alegría, paz y tranquilidad.

Necesitamos propiciar oportunidades para aplaudir, que las de quejarse y reclamar, o las de hablar de problemas y miedos son ya demasiadas, tantas, que hasta por momentos llegamos a sentirnos culpables por tener momentos agradables en medio de guerras y masacres o cuando al mismo tiempo que nosotros disfrutamos, otros sufren.

La vida de los demás, la vida nacional es importante, sí, y tenemos responsabilidades sociales frente a los que menos tienen, pero nuestra propia vida y nuestro propio bienestar no son menos importantes.

Hay un tiempo para todo, y haciendo una paráfrasis de lo que el libro del Eclesiastés (3:1-8) dice en cuanto a que todo tiene su momento oportuno: hay un tiempo para ayudar a otros y un tiempo para ayudarnos a nosotros; hay un tiempo para trabajar (sembrar) y un tiempo para descansar y disfrutar el fruto de nuestro trabajo (cosechar).

Siempre va a haber razones para sentir enojo, indignación, tristeza, desesperación o inclusive una depresión realista, así como innumerables personas y redes sociales que nos las recuerden y alimenten a diario.

La única manera de contrarrestar esos sentimientos y movernos hacia estados de bienestar y poder ver el futuro con optimismo, es reconociendo y aceptando que la vida continúa a pesar de todo; que la vida no siempre es justa, y que si bien no debemos nunca olvidar o volvernos insensibles al sufrimiento ajeno, hay un tiempo para hacer lo que esté a nuestro alcance para el bienestar colectivo, lo que incluye cosas tan simples como cumplir las leyes y reglamentos que facilitan la convivencia pacífica entre todos, y un tiempo para atender nuestras propias necesidades, y disfrutar la vida.

Tenemos una responsabilidad con nosotros mismos y con nuestras familias, la de estar bien y en condiciones aptas para en su tiempo, ayudar a otros. Pero en su tiempo, no en el nuestro. El domingo fue mi tiempo, el domingo coseché... volví a aplaudir.

"Hay que reír sin olvidar llorar,
y hay que llorar sin olvidar reír".

Yo