Política limpia
Una noticia buena para apuntalar la división de Poderes que tanto ha sido amenazada por el presidente López Obrador es la renuncia de Arturo Zaldívar como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
La mala es que será el Presidente quien nombre a la terna de candidatos para sustituirlo, y en ese proceso pueden ocurrir muchas cosas, sobre todo con un Presidente experto en marrullerías. No vaya a ser que se le ocurra girar instrucciones a sus lacayos legisladores para que bloqueen el nombramiento de un sustituto, y así entorpecer la marcha normal de una Corte que aborrece porque falla en su contra, como en su momento ocurrió con el INAI, que se quedó sin quórum porque el Senado no se ponía de acuerdo en el nombramiento de tres nuevos comisionados.
Ahora bien, Zaldívar renunció 13 meses antes de que concluya su periodo sin ninguna causa grave que lo justifique. La única razón que encuentro para dejar semejante cargo y semejante sueldo sería para reducirle un año al impedimento legal que tiene para asumir un cargo público durante los dos años siguientes a partir de que su renuncia sea aceptada, asumiendo, por supuesto, que Morena ganará la elección presidencial.
Por otro lado, el hecho de que al día siguiente de su renuncia Zaldívar anunciara su incorporación a las filas de la 4T para colaborar en el proyecto de gobierno de Sheinbaum evidencia que se trataba de un ministro de la Corte al servicio de la 4T, con un conflicto de intereses en todas las decisiones de la Corte que tuvieran que ver con asuntos promovidos o impulsados desde Palacio Nacional.
La pregunta ahora es ¿quién ocupará el lugar de Zaldívar?
Dado que le corresponde al Presidente proponer una terna, no hay duda de que será otro incondicional, al que le faltará la virtud propia e indispensable de los jueces: la imparcialidad.
Los ciudadanos comunes no vemos la importancia que tiene la designación de jueces realmente imparciales y el rol que éstos tienen en el sostenimiento de la democracia, en la defensa de la Constitución y en la fortaleza de las instituciones y el Estado de derecho, especialmente cuando se da el caso de un Presidente como AMLO, que intenta controlarlo todo.
La imparcialidad de los jueces es clave para la administración de justicia y una efectiva separación de Poderes. Sin esta virtud, los ciudadanos estamos perdidos, indefensos frente a los abusos del poder.
Y frente a estas maniobras, me pregunto ¿por qué la política tiene que ser tan sucia, retorcida y opaca, un juego de intereses y complicidades en el que los ciudadanos sólo servimos para votar y financiar con nuestros impuestos ambiciones personales?
¿Por qué no podemos tener una política limpia, transparente y honesta, de confianza recíproca entre ciudadanos y gobernantes, sin tener que estar siempre tratando de leer entre líneas, descifrando intenciones, descubriendo mentiras y viviendo inmersos en un mundo de corrupción, sospechas y desconfianzas?
Equivocadamente hemos aceptado o dado por hecho que la política es sucia. La política no es sucia, los sucios son muchos políticos que no deberían estar donde están. La política se ensucia por no hablar claro, por no decir las cosas como son, por utilizar eufemismos, por no tener una cultura cívica y de legalidad que nos permite, tanto a la población en general como a los gobernantes, vivir en un clima de justicia cumpliendo la ley por convicción y no por amenazas.
Ahora bien, ¿cómo podemos limpiar la política? En busca de una respuesta me encontré con una conseja de Angela Merkel, que lo resume todo: "El que decide dedicar su vida a la política sabe que ganar dinero no es la prioridad". En México eso es exactamente al revés: los que tienen como prioridad ganar dinero deciden meterse a la política, o del otro lado del escritorio, a hacer negocios con el gobierno.
Como los políticos no lo harán, porque a ellos les conviene que la política siga siendo sucia, porque se mueven a gusto en el lodo, porque mientras más desordenado y ambiguo sea todo, la impunidad es prácticamente una garantía, nos toca a los ciudadanos revisar las causas de la degradación de la política, y hacer un plan para limpiarla.
El primer paso es cumplir la ley a cabalidad, no tener cola que nos pisen y ganarnos así el derecho a exigir y a hablar claro y sin rodeos.
"Un político pobre
es un pobre político".
Carlos Hank González