Decisiones impopulares

Así como fue una tontería hacer una consulta pública para decidir si se continuaba o cancelaba la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), será una tontería peor, por sus consecuencias, el someter a votación popular la designación de jueces, magistrados y ministros como se propone en el proyecto de reforma al Poder Judicial que se pretende votar en septiembre antes de que AMLO entregue el poder.

El vocero de la virtual Presidenta electa, Claudia Sheinbaum, dijo al respecto que la intención es "abrir el diálogo" para analizar esta reforma y "ajustar lo que haya que ajustar". Pero si abrir el diálogo es simplemente un gesto de cortesía para la oposición y aprobar dicha reforma sin moverle "ni una coma", ese diálogo no será más que una forma más elegante de utilizar la aplanadora de la mayoría calificada de votos que Morena y sus aliados supuestamente tendrán para hacer con el país lo que les venga en gana.

Esta discusión legislativa y lo que de ella resulte será indicativa del tipo de gobierno que tendremos y de lo que nos espera durante los siguientes seis años, o más.

Yo estoy de acuerdo en que el sistema judicial en su conjunto requiere de cambios significativos, pero una cosa es reformar el Poder Judicial para mejorar la impartición de justicia de los asuntos cotidianos que a los ciudadanos comunes nos importan, procesos que hoy son notoriamente lentos, corruptos y hasta peligrosos, y otra cosa es reformarlo para que el Poder Ejecutivo lo controle, haga las modificaciones constitucionales que convengan para mantener el poder y la impunidad de la clase política y en la práctica desaparecer la separación de poderes.

Someter a votación popular la designación de jueces, ministros y magistrados, cuyas candidaturas requieren la aprobación de un Congreso controlado por el Presidente, es ponerle un disfraz democrático a un decreto presidencial.

Lo único que estaremos haciendo los ciudadanos es "jugar a la democracia", perdiendo el tiempo y el dinero de todos, saliendo a votar por jueces que, gane quien gane, estarán al servicio del Ejecutivo y no al servicio de la sociedad.

Y aun si hubiera candidatos propuestos por la oposición, ¿de dónde sacarán éstos los recursos para sus campañas?, ¿qué compromisos o acuerdos con empresas o particulares corruptos, o con el crimen organizado, podrían llegar a tener para que les apoyen en sus campañas a cambio de fallos judiciales a su favor?

Los ciudadanos debemos entender que el que manda no es el que está en la silla, sino el que lo puso en ella.

Si se aprueba que la designación de jueces sea por medio del voto popular, terminaremos votando por los que el Presidente en turno quiera, no por los que deben ser.

No todo se resuelve ni se debe someter a votación popular.

Es equivocado pensar que si la mayoría quiere o decide algo es entonces lo correcto, lo que conviene o debe ser.

¿Qué pasaría si sometemos a votación, por ejemplo, la obligación de pagar o no impuestos o las tasas aplicables?, ¿qué religión debe permitirse y cuál prohibirse?, ¿si los que piensan y opinan distinto a nosotros pueden o no publicar sus ideas, ser nuestros vecinos? Y en este caso, ¿cómo podemos saber si un candidato a juez tiene los conocimientos y experiencia necesarios, o los "pantalones" o "faldas" que se requieren para emitir juicios y sentencias justas con independencia de que favorezcan o perjudiquen los intereses de grupos políticos, económicos, criminales o del Presidente en turno?

Hace tiempo dije al respecto en este mismo espacio que en cierto tipo de decisiones técnicas, o que requieren experiencia o conocimientos especializados, la opinión pública no debe ser decisiva, y que nos conviene funcionar en democracias versadas, es decir, cediendo nuestro voto a personas conocedoras, expertas y con la autoridad moral para tomar decisiones que a la larga nos beneficien a todos, incluyendo a las mayorías que hoy, si se les consulta o piden su voto, opinarían diferente.

Para tomar este tipo de decisiones, sobre todo las más impopulares, es que elegimos a diputados y senadores, quienes supuestamente votan lo que más conviene a todos.

Si sometiéramos todo a votación e hiciéramos caso a todo lo que las mayorías opinan, piden o quieren, la sociedad se desmoronaría y terminaríamos viviendo bajo la ley del más fuerte y la sinrazón.

 
"Los sabios nunca serán mayoría".

Yo