Los sabelotodo

Hay personas que sorprenden y cautivan por su claridad mental.

Personas que tienen la capacidad para organizar y procesar las ideas de manera ordenada y comprensible; que rápidamente no solo reconocen, sino aceptan la realidad tal como es, evalúan opciones, riesgos y oportunidades en escenarios complejos y toman decisiones racionales y eficientes.

Obviamente, siempre intentamos resolver los retos y problemas que la vida nos presenta de la mejor manera posible, pero no siempre tenemos la visión completa o los conocimientos suficientes para que nuestras decisiones sean acertadas.

Nadie es experto en todo, y, aun en aquello que nos consideramos conocedores, muchas veces hay consideraciones periféricas que no tomamos en cuenta y que, al conocerlas, obligan a modificar de alguna manera lo que habíamos pensado.

De ahí la importancia de contar con asesores y expertos multidisciplinarios, de pedir consejo y escuchar otros puntos de vista para la toma de decisiones importantes.

Pero esto solo es posible si el líder, sea de una familia, de una empresa o de un país, reconoce que no lo sabe todo y que, en ocasiones, es mejor doblegar el orgullo y recular que obstinarse y apostar en contra de la razón o del sentido común, o hacer las cosas con la arrogancia de los "sabelotodos".

Pero de nada sirve tener asesores o pedir consejo a personas tontas, convenencieras o aduladoras que, para congraciarse con el líder, para conservar el puesto u obtener algún beneficio personal, le dicen a este lo que quiere oír.

Los consejos son valiosos cuando provienen de personas capaces, con claridad de pensamiento, con honestidad intelectual y material, sin ningún tipo de filias o fobias, y con la valentía y franqueza suficientes para decir las cosas como son, pésele a quien le pese, duélale a quien le duela.

Rodearse de personas mentalmente claras es importante no solo para los grandes líderes, cuyas decisiones afectan a millones de personas, sino para todos.

Pedir consejo debería ser una práctica generalizada, libre de vergüenzas o pérdida de seguridad en uno mismo. Dudar, reconocer que no sabemos algo, es señal de inteligencia, no de ignorancia.

No obstante, la mayoría de las personas creen saber más de lo que realmente saben y sobreestiman sus habilidades o cualidades. Si tienen éxito en algo, lo atribuyen a sus propias y "extraordinarias" capacidades personales; y si fracasan, siempre se debe a factores externos. Casi nunca al revés.

Hace tiempo, un grupo de investigadores realizó un interesante experimento de comportamiento humano: sometieron a un grupo de personas a determinadas pruebas de personalidad y luego asignaron resultados arbitrarios a cada participante.

Al entrevistar a cada uno de ellos, encontraron que aquellos que resultaron con "buenos" resultados creían que la prueba era valiosa, que reflejaba razonablemente sus capacidades y era una demostración de su "gran" personalidad. En cambio, los que recibieron "malos" resultados consideraron que este tipo de pruebas son inútiles y no reflejan las verdaderas competencias y aptitudes de los participantes.

Este sesgo cognitivo, conocido como el efecto Dunning-Kruger, explica la tendencia de las personas a sobreestimar sus propias capacidades y conocimientos, incluso cuando carecen de ellos, y lleva a que personas con escaso conocimiento en un área crean que saben más que aquellos que realmente son expertos.

Este efecto (más bien de-fecto) se ve con mayor frecuencia en ámbitos de política y gobiernos populistas, que permiten a personas arrogantes, sin conocimientos ni capacidad alguna, acceder al poder.

Creer que sabemos todo, que somos mejores de lo que realmente somos, y la falta de humildad y claridad mental necesarias para reconocer que no es así, tiene variadas consecuencias negativas: desde la toma de decisiones erróneas, el dejar de prepararnos lo suficiente para enfrentar desafíos y la resistencia a la retroalimentación, hasta la pérdida de credibilidad que acompaña siempre a los "sabelotodo", pues siempre habrá alguien que sepa más que nosotros en algún campo de nuestro quehacer, y que, si los tratamos de engañar o impresionar, en cuanto abramos la boca se dará cuenta del nivel de nuestros conocimientos, limitaciones y arrogancia.

Cualquier parecido con gobernantes actuales es mera coincidencia.
 
"Peor que no saber, es creer saber".

Yo