El fallo es inapelable
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En uno de los programas de televisión dedicados al seguimiento y monitoreo de las elecciones del pasado domingo, me tocó ver la entrevista telefónica que le hicieron a dos candidatos que en ese momento contendían entre sí por una Gubernatura. Al final les preguntaron a ambos si aceptarían los resultados oficiales de la elección aunque éstos les fueran adversos.Sus reacciones a esta simple y democrática pregunta es lo que quiero ahora tratar.En lugar de responder sí o no, su reacción inmediata fue descartar la posibilidad de perder. Luego de que la entrevistadora insistiera en obtener una respuesta a la más que legítima pregunta, uno de ellos finalmente dijo que aceptaría los resultados cualquiera que éstos fuesen. Y al preguntarle al otro si de igual manera los aceptaría, su inverosímil respuesta fue que le daba gusto que su adversario admitiera desde ya su derrota. La entrevistadora inmediatamente lo acotó diciéndole que eso no fue lo que su contrincante había dicho y el infantil y antidemocrático candidato con toda desfachatez volvió simplemente a repetir que le daba gusto que su competidor hubiera aceptado ya su derrota (...sin palabras). Lo anterior es reflejo del modo de pensar y concebir la democracia por buena parte de los candidatos y sus partidos, para quienes el escenario de una derrota electoral sólo puede existir si hubo fraude, conspiraciones, complots, juego sucio, dinero ilegal, elecciones de Estado, etcétera. Perder es una palabra impronunciable para ellos. Lo más cercano a la verbalización de la palabra "perdí" es decir "las tendencias no me favorecen", como si eso hiciera su derrota más digna. ¿Por qué les cuesta tanto trabajo admitir que perdieron? Regatear la aceptación de una derrota política resta credibilidad al sistema electoral y hace un tremendo daño a la democracia. Perder es algo inherente a cualquier competencia. Cuando alguien tiene razones fundadas para cuestionar los resultados de una elección, las leyes en la materia prevén mecanismos y procedimientos para canalizar denuncias e irregularidades, y define claramente las causales para llevar a cabo nuevos conteos de votos: que la cantidad de votos nulos sea mayor a la diferencia de votos entre el primer y segundo lugares, que el acta del paquete no sea igual al acta que está por fuera, que el paquete no traiga acta ni dentro ni fuera o que el paquete presente deterioro. Pero, ¿por qué un mal perdedor que no acepta los resultados (como ocurre cada vez que López Obrador o sus secuaces pierden una elección) exige que se recuenten absolutamente todos los votos de todas las casillas, inclusive los de las que no presentan ninguna anomalía? Porque en decenas de miles de casillas en las que ciudadanos honestos y de buena fe llevaron a cabo el conteo manual de millones de boletas, seguramente encontrarán algún error, que si bien no cambiará el resultado final, les dará argumentos para descalificar todo el proceso, armar escándalos que ponen en vilo al País, restar legitimidad a los Gobiernos electos, y de esa manera no sólo ellos, sino todos resultamos perdedores. O ellos o nadie. Aunque la sola existencia de leyes electorales lo supone, no estaría de más adicionar a los requisitos para el registro de candidatos una carta compromiso que deban firmar tanto ellos como sus partidos, en la que manifiesten conocer y aceptar las reglas de la contienda; reconozcan la autoridad del árbitro (INE); que en caso de controversias, se apegarán a los procedimientos establecidos en la ley y reconocerán como inapelable el veredicto de los Tribunales Electorales, so pena de que el partido que los postuló pierda su registro y ellos en lo personal queden inhabilitados para contender en el futuro por un puesto de elección popular. En otras palabras, obligarlos a aceptar por escrito y de antemano la regla que siempre se pone en cualquier certamen, torneo, concurso o rifa: "EI fallo del jurado será inapelable". A nadie le gusta perder, pero los malos perdedores no son capaces de admitir que han sido vencidos en buena lid. Prefieren buscar todos los argumentos posibles para "salvar su reputación" y cubrir la "vergüenza" de la derrota, lo cual solo es importante para los individuos pequeños, tramposos, inseguros y realmente incapaces. "La democracia depende de la credibilidad electoral". Yo