Porque soy tu madre®
Luego de leer en los medios que el Gobernador de Veracruz con licencia, Javier Duarte, tiene 30 casas en Miami, cinco tiempos compartidos en el St. Regis de Nueva York, inmuebles en Texas y Arizona, un departamento en Madrid; en la Ciudad de México un edificio en la Calle Masaryk, tres departamentos en el Club de Golf Bosques de Santa Fe, dos terrenos en Lomas de Chapultepec, otro en la Avenida Chapultepec y otro en Coyoacán; en Veracruz una casa, un rancho y un edificio; un rancho en Valle de Bravo, una plaza comercial en Metepec, unas bodegas en Ocoyoacac; dos departamentos en Ixtapa, unos inmuebles en Cancún y unas parcelas en un ejido en Campeche; que compró una lancha italiana de 790 mil dólares y para que su esposa viera lo lindo y exitoso que es, le regaló un anillo y unos aretes con valor de 225 mil dólares, afloraron en mi distintos sentimientos. Primero me enojé. Luego me enfurecí, luego me encolericé, y finalmente me encabroné. (Nótese que tomó un párrafo entero escribir la lista de sus males, porque si fueran bienes no estaría prófugo).
Cuántas veces hemos visto esto. Cuánto tiempo más los políticos de todos los partidos nos seguirán viendo la cara, expresión a la que por decencia le quitamos siempre la última parte que dice "de idiotas" o " de pendejos".
Cuando comencé a escribir al respecto me di cuenta que no hay nada que no se haya dicho ya acerca de la descarada corrupción en la clase política. Mil veces hemos hablado de lo podrido del sistema y de los partidos; mil veces hemos dicho que ya basta, que votar cuando no hay a quien "irle" es votar por el mal menor; que si este candidato o este partido es peor o mejor que el otro; que si organizamos una manifestación, que si nos lanzamos al ruedo de la política dejando atrás nuestra vida personal en aras de un mejor futuro colectivo..., y mil veces hemos concluido que ciudadanos hartos y desarmados no tienen ninguna posibilidad de salir vencedores en una guerra directa contra mafiosos profesionales y las poderosas redes de corrupción, que controlan todo, y mejor nos olvidamos del tema y nos dedicamos a resolver las cosas lo mejor que se pueda o como alcohólicos anónimos: un día a la vez.
Por lo pronto, mientras se me pasa el enojo, y mientras vemos como podemos efectivamente cambiar la materia prima del gobierno (la clase política) por una de mejor calidad que la actual, lo único que se me ocurre hacer y recomendar es que cada uno en nuestro entorno prediquemos con el ejemplo los valores que forjan el carácter de los individuos y que son los mínimos necesarios para vivir y convivir en una sociedad sana y medianamente funcional, con la esperanza (¿o ilusión tal vez?) de que estos valores permeen a las siguientes generaciones.
¿O de que otra manera, si no es con el ejemplo, podemos moldear a nuestros hijos y convertirlos en versiones mejores de nosotros mismos? Considero mucho más efectiva y confiable la aplicación de valores éticos familiares en la conducta de los individuos, que la dudosa y laberíntica aplicación de la ley. Dicho de otra manera, hay más posibilidades de evitar que actos descaradamente delictivos ocurran si los padres educan, demuestran, advierten y sancionan enérgicamente y a tiempo a sus hijos, de la edad que fueren, acerca de las consecuencias negativas de sus actos, que esperar a que alguien los descubra, los denuncie, las autoridades sigan el debido proceso, investiguen, los busquen, los atrapen, los sometan a juicio y los condenen.
El "debido proceso" en el seno familiar no existe y los métodos para advertir y sancionar son inmediatos y mucho más efectivos que en el seno judicial. "Porque soy tu madre"® y "Porque lo digo yo"® son las marcas registradas que una amiga lectora utiliza con sus hijos como metodología para aplicar reglas de conducta familiar de acuerdo con el debido proceso.
Lo que quiero decir con esto es que las órdenes de una madre se acatan mucho más rápido que las órdenes de un juez. Hay mas posibilidades de encontrar a Duarte y que devuelva lo que se llevó si su madre lo llama a cuentas, a que si el Estado hace lo propio. Pero como parece ser que Duarte y tantos como él no tienen madre, ni siquiera para partírselas, no queda más que esperar a que se nos pase el coraje y que el Estado cumpla su función.
"De Duarte a Miarte, prefiero Miarte". Yo