Poder Judicial podrido
¿Qué podemos esperar de un sistema de impartición de justicia en el que un juez libera por décima ocasión a un ladrón de casas apodado "El Kevin" que ha sido capturado seis veces este mismo año y nueve veces desde el 2014, argumentando que para que la flagrancia surta efecto, la misma víctima debió haber realizado la detención y no los policías?Según el criterio de este juez, José Luis Gutiérrez Miranda, si alguien nos asalta, en lugar de pedir ayuda a la Policía lo que debemos de hacer es perseguir nosotros al bandido, taclearlo, someterlo y entregarlo a los agentes de la ley para que, entonces sí, pueda ser encarcelado. ¿Qué podemos esperar de un sistema judicial en el que el presidente del Supremo Tribunal de Justicia, Luis Carlos Vega Pámanes, intercede telefónicamente para que dos sujetos acusados de robo sean dejados en libertad, desaparece la grabación original de la conversación; poco después se descubre que tiene antecedentes criminales por homicidio y robo, por lo que pide "licencia" para ser investigado, luego, en la sesión donde se aprobaría su separación al cargo, misteriosamente no hay quórum, y se informa que su solicitud de licencia fue por sólo dos meses, y por lo tanto continuará en el puesto, juzgando a todos menos a sí mismo? ¿Qué clase de personas tenemos impartiendo justicia? ¿De dónde salen, quién los propone, quién los investiga, quién los aprueba? ¿Recuerdan la película Presunto Culpable? Todo mundo lo sabemos y podemos decir que, salvo contadas excepciones, el Poder Judicial está podrido. Y lo está porque el sistema político mexicano ha puesto en manos de individuos deleznables la responsabilidad de la aplicación de la ley y la administración de justicia, poniendo en riesgo permanente la integridad física y patrimonial de los ciudadanos e impidiendo el funcionamiento ordenado de la sociedad. En materia judicial todos tenemos una historia de terror que contar. Interactuar con el sistema judicial es interactuar con un tipo de personas que, en lugar de darnos seguridad y confianza, nos provocan miedos, incertidumbre y desesperanza cuando las cosas debieran ser exactamente al revés: los ciudadanos deberíamos descansar cuando las autoridades intervienen y toman un asunto en sus manos. Sin embargo la realidad es lo contrario: acudir a la Policía o a un juez es decidir entrarle a un juego en el que la apuesta no es al triunfo de la ley y la razón, sino a que podremos superar la capacidad de corrupción de los delincuentes que contratan abogados de su misma calaña, que cuentan con cómplices en las entrañas del sistema y que tienen armados esquemas legaloides (y otros de plano ilegales) para finalmente salir impunes. Puedo entender que un delincuente invente y haga lo que sea con tal de no pisar la cárcel, no devolver lo que se llevó o llevarse lo que no le corresponde, pero lo que no puedo entender -y no debería ocurrir pero ocurre- es que los jueces den cabida a sus artimañas, admitiendo la sarta de estupideces que abogados mafiosos interponen para alargar juicios en beneficio de cínicos y bandidos que medran de todos los que trabajamos honestamente. La desconfianza en el Poder Judicial es absoluta, y cada vez con mayor frecuencia los ciudadanos preferimos resolver nuestras diferencias en arbitrajes profesionales que en los juzgados. Miles de millones de pesos de nuestros impuestos se van para mantener un sistema judicial que no funciona, al que tememos y por lo tanto evitamos a toda costa. Yo diría que los juzgados en México son como casas de apuestas clandestinas en donde tahúres profesionales se juegan nuestro patrimonio, y si con la ley en la mano decidimos entrar directamente a defenderlo, lo hacemos con los dados cargados en nuestra contra. Desgraciadamente esa es la realidad. Y pienso que los ciudadanos estamos atrapados, porque pedirle a los políticos que depuren el sistema y los métodos de impartición de justicia es como pedirles que se despidan a sí mismos y cierren el lucrativo negocio de la venta de influencias del que viven y que durante décadas han tenido abierto. La única manera de cambiar el sistema es ventilarlo y rebelarnos contra él. "El hombre es el más noble de los animales; separado de la ley y la justicia, es el peor". Aristóteles