Sin palabras



Cada vez que debido a algún acontecimiento inconcebible o inesperado nos quedamos perplejos, desconcertados, sin saber qué decir, "sin palabras", recuerdo la historia que platicaba mi madre de una joven y penosa doncella que estando en edad casadera se negaba a ir a la fiesta del pueblo a pesar de que todas sus amigas estarían presentes y sería la oportunidad para conocer posibles pretendientes. La razón de su recelo era una: si la sacaban a bailar no sabría de qué platicar o qué decir.

Entendiendo la situación, su madre comenzó a sugerirle temas triviales de conversación que le quitaran la pena y le dieran confianza. Le decía que podía hablar por ejemplo del clima, que si estaba haciendo frío o si estaba haciendo calor, o de determinados acontecimientos conocidos por todos, como el del ahorcado que recientemente habían encontrado en el pueblo, etcétera.

Animada la muchacha decidió ir a la fiesta. Cuando la sacaron a bailar y llegó el momento de platicar, recordó los consejos recibidos, y en su afán de acabar de una vez por todas con la pena y nerviosismo, pronunció una sola frase a toda velocidad: "Ay qué frío qué calor qué me dices del ahorcado".

Este cuento viene a colación porque luego de una semana de escuchar las novedades de la ridícula rifa de un avión que no será rifado o el inverosímil "fuchi-caca" que el presidente de México espeta a criminales y asesinos de la peor calaña, me he quedado como la muchacha del pueblo, anonadado, sin palabras, en el oxímoron del silencio elocuente y con ganas de solo escribir lo mismo que la muchacha del pueblo dijo: "Ay qué frío qué calor qué me dices del ahorcado".

Y no tanto por no tener qué decir, sino porque creo que nada de lo que se diga, ningún dato y ni siquiera el sentido común servirán para cambiar la opinión o hacer reflexionar al Presidente acerca de la inutilidad de sus ocurrencias, y de las consecuencias de muchas de sus políticas públicas, que aunadas a los incontables dichos, epítetos, evasivas e intransigencias que a diario muestra, han definido ya a su persona y a su gobierno, sin necesidad de decir, ampliar o explicar nada más.

Sabemos ya cómo es y podemos visualizar la multiplicidad de ramificaciones negativas que muchas de sus acciones y omisiones traerán, que desgraciadamente sólo se podrán comprobar en el tiempo y tomará varias generaciones componerlas.

Así lo dijo el Presidente en su discurso de toma de posesión, y eso exactamente es lo que está haciendo: "Aplicaremos rápido, muy rápido, los cambios políticos y sociales para que si en el futuro nuestros adversarios, que no nuestros enemigos, nos vencen, les cueste mucho trabajo dar marcha atrás a lo que ya habremos de conseguir".

En ese momento bien calificó a la oposición y a los críticos como adversarios, y no como enemigos, sin embargo en la práctica reciben trato hostil y hace todo lo que esté a su alcance para acallarlos.

Los dos primeros síntomas que han comenzado a verse derivados de las ocurrencias y políticas públicas son la pérdida de confianza en el futuro del país y la desilusión.

El plazo que la 4T tenía para gozar del beneficio de la duda ha terminado, y si no se comienzan a ver pronto resultados positivos en materia de salud, seguridad y justicia, así como políticas fiscales y económicas que incentiven la inversión, la desconfianza y la desilusión irán en aumento.

¿Cómo confiar en un gobierno en el que en medio de serios problemas que amenazan la seguridad, la salud y la economía del país, su Presidente dedica el tiempo a organizar una estúpida rifa, además confusa y mal planeada desde el inicio? ¿Cómo invertir y arriesgar la vida y el patrimonio en un país en el que a los criminales se les combate con frases infantiles, y en el que todos los días surgen declaraciones o iniciativas de ley que amenazan la propiedad privada, la presunción de inocencia, el Estado de derecho y criminalizan la actividad empresarial?

Por momentos se queda uno sin palabras. Sin palabras, pero no sin la voluntad para continuar buscando en silencio alternativas de solución a los problemas individuales y colectivos que nos aquejan y cuya solución depende de pragmatismos serios y eficientes más que de buenos deseos y buenos consejos.

"Una sociedad es sustentable
cuando la rentabilidad de la decencia 
supera a la de la delincuencia".

Yo