Desempleo mental
Una de las frases que Albert Einstein utilizaba para explicar a los "profanos" que el tiempo era relativo, que transcurre de manera diferente dependiendo de las circunstancias físicas de cada sistema, era la siguiente: "Una hora sentado con una chica guapa en la banca del parque pasa como un minuto, pero un minuto sentado sobre una estufa caliente parece una hora".
Esta relatividad del tiempo la hemos constatado durante los últimos meses de "encierro" y "sana distancia" como medidas preventivas del contagio del Covid-19.
Hay días que parecen eternos y semanas completas que pasan sin darnos cuenta. Todo dependiendo del humor, paciencia y problemas que cada quien va teniendo y la manera como los resolvemos.
Las crisis, por lo general, sacan a la luz el tipo de personas que somos, y en esta pandemia con su obligado aislamiento he podido ver que básicamente hay dos tipos:
Aquellas para las que el "encierro" es un suplicio, una especie de prisión o arraigo domiciliario, y aquellas para las que solo ha significado un cambio en las formas de trabajar y entretenerse o en las rutinas personales.
¿En qué radica esta diferencia? ¿Por qué a unos el encierro y la soledad los altera significativamente y a otros poco o nada? La respuesta la encuentro en el uso y tipo de ocupación que cada uno de nosotros le damos a la mente.
Hay personas que al estar por lo general en control de sus pensamientos y emociones son capaces de dirigirlos con independencia hacia donde quieren. Sin embargo, hay otras, cuyas ideas, ref lexiones y sentimientos dependen en buena medida de personas o eventos externos a ellos mismos, es decir, disfrutan, sufren, reaccionan o interactúan con las ideas y emociones que los demás generan o comparten.
Las primeras, al ser digamos, mentalmente "autoempleadas" y ellos mismos causa de sus pensamientos, no sienten la soledad o el encierro como castigo. Las segundas sufren porque debido al aislamiento social, han perdido buena parte del empleo mental que la vida externa les brindaba, como si hubieran sido despedidas temporalmente de la vida social que ocupaba su tiempo. Las relaciones personales se han reducido significativamente.
Ya no hay quien las entretenga, les platique, las emocione, les dé ideas y temas de conversación, les haga reír o llorar como antes.
Están mentalmente desocupadas, perezosas, ociosas, apáticas. No se explican cómo alguien puede estar sentado horas en un sillón, frente a una computadora, leyendo, escribiendo, jugando o con la mirada "perdida" en aparente decaimiento.
Mientras para unos la inactividad física o social es sinónimo de depresión, para otros es el estado propicio para la creatividad y la ref lexión.
(Debo aclarar que en ningún momento me refiero a personas cuyas angustias se deben a penurias económicas por las que están pasando).
En esta pandemia, en la que una de sus principales consecuencias es la disminución significativa de las actividades y contacto físico con otras personas, la sanidad de la mente no depende solo de habitar un cuerpo sano, sino de la ocupación de la mente en un cuerpo desocupado.
Si las capacidades mentales engloban procesos como la percepción, la memoria, o la imaginación, éstas pueden igual lograr sensaciones emocionantes, deprimentes, placenteras o dolorosas. La maravilla de la mente en soledad es que podemos elegir lo que pensamos y sentimos. Podemos optar pensar en fastidios y frustraciones, o en la procreación de ideas capaces de producir bienestar para nosotros mismos y para los demás.
Haciendo una analogía de la actividad sexual con la mental, diría que la salud mental depende de su autoestimulación. De lograr embelesos, furores y éxtasis con las ideas, la observación y los descubrimientos; con el discernimiento, el instinto y las posibilidades; con la música, el arte y la belleza, y hasta con amores platónicos, en los que la parte esencial no son las palabras al oído ni las caricias físicas que tocan el cuerpo, sino las caricias de la imaginación que tocan el alma.
Solos o acompañados, en medio de silencios o bullicios, recordemos siempre que al final lo importante no es lo que pensamos, sino lo que hacemos con lo pensado.
"La soledad elegida emana
de la autosuficiencia".
Yo