Palabra de honor

Las notas periodísticas que dan cuenta de robos son tan comunes ya, que ni nos inmutamos. Todos los días desaparecen objetos destinados a servicios públicos.

Se roban cables eléctricos, se roban tapas de alcantarillas, rejillas de bocas de tormenta, luminarias, y hasta los equipos contra incendio de pasos a desnivel.

Se roban automóviles en partes o completos; roban transportes de carga, negocios y casas habitación; roban a transeúntes, comensales y taxistas; se roban los impuestos que pagamos, roban cuentas de banco, tarjetas de crédito y nuestras identidades; se roban perros, se roban niños, se roban mujeres, etcétera, y de pasada nos roban nuestra tranquilidad y nuestra dignidad.

Todas estas raterías conllevan además efectos psicológicos y cambios en las formas de vida social. La desconfianza, la sospecha y el miedo fundado en experiencias negativas previas, en muchos casos fatales, obligan a tomar medidas precautorias de todo tipo. Si salimos a la calle lo hacemos "en guardia", vigilantes y atentos a todo lo que pasa a nuestro alrededor; instalamos alarmas y cámaras de vigilancia; no solo subimos la altura de las bardas, sino además les ponemos accesorios disuasivos, como puntas de acero afiladas, alambres de púas electrificados o con navajas; si es posible contratamos vigilantes con la esperanza que no sean ellos mismos cómplices de los ladrones y de la propia policía, a la cual tememos.

Ya nadie confía en nadie. Todos somos sospechosos. La confianza es un valor en peligro de extinción. Dudamos de la honestidad del otro a partir de conjeturas basadas en indicios o señales que nos llevan a pensar que estamos frente a un peligro.

El aspecto de las personas juega un papel importante. Hoy no solo hay que ser honesto, también hay que parecerlo, lo cual desgraciadamente da lugar a injustas discriminaciones.

"La burra no era arisca, la hicieron" es el dicho popular que aplicaría en estos casos, en los que actuamos de cierta manera no por gusto, sino por la frecuencia con la que el instinto de supervivencia aflora al percibir amenazas cercanas a nuestra integridad física y a nuestro patrimonio.

La sensación de peligro, desprotección o muerte inminente, cada día están más presentes. Nunca nos hemos sentido y sido tan vulnerables como hoy. Somos ya una generación caracterizada por la desconfianza, y no hay nada más difícil que restablecerla.

Lo malo es que al desconfiar de los demás, nos privamos de conexiones humanas y una vida rica en experiencias.

Volver a confiar luego de haber sido desilusionado, abusado o violentado, toma mucho tiempo, y si en alguna medida se logra, es con reservas.

Quedaron atrás los tiempos en que los niños (genérico que incluye niñas) andaban solos por la ciudad sin que los padres se angustiaran; dejar en la calle una bicicleta o un auto con las ventanas abiertas es irresponsable; acampar en parajes solitarios es temerario. Las probabilidades de ser asaltado, secuestrado y hasta asesinado, en cualquier lugar y a cualquier hora, son mucho mayores que antes y no son producto de paranoias o miedos infundados. Todos conocemos a más de una víctima de estos incidentes.

Los ciudadanos no podemos, ni nos corresponde, combatir delincuentes y criminales. Para eso está la fuerza pública y el poder del Estado.

Lo que sí podemos y nos corresponde hacer es reeducarnos para intentar reconstruir la confianza entre personas. Y para ello debemos volver a poner en práctica y exigir a las nuevas generaciones valores fundamentales de convivencia social que han quedado en el olvido: 1. Tener "palabra de honor", que no es otra cosa que hablar con la verdad, decir lo que pensamos y pensar lo que decimos. 2. Respetar a los demás, y en especial a los mayores. 3. Dar el beneficio de la duda. 4. Asumir con valentía y entereza las consecuencias de nuestros actos.

Si comenzamos tan sólo por tener palabra de honor y castigar socialmente a quien no la tenga, al menos lo que decimos y prometemos estará garantizado por la reputación de cada uno de nosotros. ¿Cuánto vale lo que decimos? De la respuesta que demos a esta pregunta depende la confianza recíproca necesaria para restablecer la paz y tranquilidad perdidas.

"El beneficio de la duda
ha muerto. Murió de corrupción
e impunidad".

Yo