Prejuicios

Todos recibimos información del mundo a nuestro alrededor, pero cada uno la reconoce, acepta o rechaza de manera diferente. Por ello, ante mismos datos, ante mismas realidades, surgen opiniones o convicciones diferentes.

En el libro titulado El arte de pensar claramente, Rolf Dobelli habla de la manera como interpretamos la información para que ésta se "ajuste" a nuestras conveniencias y creencias preexistentes, es decir, a nuestros prejuicios.

En la mayoría de los casos prejuzgamos a partir de estereotipos, pero en otros lo hacemos a partir de mitos, mentiras, rumores o noticias falsas perjudicando injustamente la reputación de personas e instituciones, o de empresas y productos que ni siquiera conocemos, provocando entre las primeras, malestares, burlas o enfrentamientos sociales y severos daños económicos a las segundas.

Si bien los prejuicios son opiniones normalmente de índole negativa que nos hemos formado de manera anticipada y sin completo o nulo conocimiento sobre algo o alguien, también hay prejuicios positivos que sobrevaloran a las personas y les otorgan cualidades automáticas o confianza ciega.

Es entendible la necesidad humana de estar alerta frente a personas o situaciones desconocidas, pero la manera inteligente y sensata de protegerse de amenazas y peligros sin perder la oportunidad de conocer e interactuar con personas valiosas es otorgando el beneficio de la duda. Porque una cosa es ser precavido, y otra ser un desconfiado sistemático. No es posible vivir asumiendo que toda persona desconocida es por definición mala, perversa o dañina. Al contrario, creo que si asumimos con prudente cautela la buena fe del prójimo, en la enorme mayoría de los casos acertaremos.

En el libro antes mencionado, el autor dice que casi todas las personas nos consideramos "buenos juzgadores de carácter", es decir, que la primera impresión que nos formamos de una persona o una cosa termina siendo la correcta, cuando en realidad somos sólo víctimas de nuestras propias creencias, inclinaciones o prejuicios, con los que mantenemos intactas nuestras conclusiones previas.

Ahora bien, cualquiera puede estar convencido de que su postura u opinión es la correcta o que posee verdades absolutas, convencimiento respetable siempre y cuando antes de ratificarlo haya escuchado opiniones, datos y consideraciones contrarias, cosa que por lo general no ocurre, ya que las personas de mente cerrada, las más prejuiciadas, evitan y hasta prohíben la lectura de argumentos o la escucha de opiniones distintas a las suyas.

Para ellas, lo diferente, lo contrario es malo por definición. Sólo se relacionan y sienten cómodas con grupos o canales de información afines a sus estrechos, limitados y monolíticos puntos de vista.

Se consideran incluyentes y respetuosos de las diferencias, pero siempre que los "menos iguales" vivan alejados o no puedan entrar a sus núcleos sociales.

Los prejuiciados sólo dan cabida a información externa compatible con lo que piensan de ellos mismos, y en ese proceso, de manera inconsciente filtran y rechazan todo lo demás. Por eso terminan viviendo en grupos y comunidades afines, o en guetos que estrechan aún más sus particulares puntos de vista o estilos de vida, con más reglas de exclusión que de admisión, y de censura más que de apertura.

Unos les llaman a estos estilos de vida "usos y costumbres"; otros, derechos y libertades de culto, de educación o de asociación. Pero todos esos derechos y libertades individuales son válidos y defendibles mientras en su ejercicio no hagan daño a nadie y no coarten o limiten de manera alguna los derechos y libertades de otros.

En estos tiempos de división y encono, en lugar de ver a los que piensan o creen diferente a nosotros como una amenaza a nuestros particulares modos de vivir y pensar, o a lo que consideramos valioso y algunos hasta sagrado; en lugar de intentar silenciar opiniones contrarias a las nuestras o negar evidencias que tambalean nuestras "certezas", veámoslas como la oportunidad para eliminar prejuicios, o como dice el autor Dobelli, "para equilibrar nuestras convicciones", o como digo yo, para atemperar nuestras aversiones.

"La mente no era arisca, la hicimos".

Yo