Circo-debates

Vi los debates de los aspirantes a gobernar tanto a Jalisco como a la Ciudad de México, y me di cuenta que no están sirviendo a su propósito: mostrar a la población y, en especial a los electores, las diferentes posturas y propuestas de trabajo, alternativas y posibles soluciones a los temas que son de la mayor importancia para el bienestar de la población, y compararlas entre sí. Más que confrontar ideas, los que se confrontan son personas.

Como si fuera una versión moderna del circo romano, en el que los gladiadores combatían a muerte, la opinión pública ávida de escándalos, "de ver correr sangre", considera ganador al candidato o candidata, no al que pudo demostrar que sus propuestas y planes de gobierno son mejores, sino al que fue capaz de hacer pedazos la reputación, fama y prestigio de los adversarios, al gladiador-candidato que hirió de muerte política y moralmente a sus contrincantes.

Gana el que mejor destruye, no el que mejor construye. Gana la sed de sangre, el espectáculo, no la capacidad y el conocimiento.

Salvo honrosas excepciones y contados momentos en los que los candidatos responden puntualmente las preguntas formuladas y exponen propuestas y posiciones al respecto, el tiempo del debate se consume en diatribas, faramallas, exposición de carteles y fotografías "demoledoras" de prestigios.

El objetivo es demostrar lo malos que son los otros, no lo buenos que son ellos. Piensan que la consecuencia de haber exhibido presuntas corruptelas o asociaciones delictivas ajenas será la obtención de votos, pero no porque ellos sean mejores, sino porque los otros son peores.

Me parece un insulto a los ciudadanos y un desperdicio de recursos públicos que en lugar de responder lo que se les pregunta, dediquen el tiempo a agredir, insultar y denostar adversarios, eso sí, "con todo respeto".

Se preparan más para sacar "trapitos al sol" que para elaborar y presentar planes de gobierno, demostrar su viabilidad y manera de llevarlos a cabo.

Los moderadores debieran tener la facultad de interrumpir o cerrarles el micrófono a quienes en lugar de responder lo que se les pregunta, "aprovechan" la oportunidad para hablar de otra cosa.

Un debate político no es un careo judicial. Si un candidato quiere acusar y tiene pruebas de que alguno de sus adversarios, o quien sea, es un delincuente, el lugar para denunciarlo es otro. Y si finalmente alguno resulta culpable, entonces quitarle la candidatura y aplicarle la ley.

Lo que los ciudadanos queremos oír en un debate no es si alguien "presuntamente" cometió un fraude o está ligado a personas non gratas, lo que queremos oír es cómo cada uno de los participantes piensa resolver un mismo problema y así poder comparar "peras con peras", identificar viabilidades y utopías, verdades y mentiras, capacidades e incapacidades, no quién es (supuestamente) el más corrupto o mafioso de todos.

Lo que está mal no es la política, sino los políticos que se dedican a desprestigiarse mutuamente.

Lo que hoy se disputa en una elección no es la prevalencia de principios o doctrinas políticas en aras del bienestar colectivo, sino cuotas de poder para beneficios personales o de grupo, fueros y protección para la comisión de delitos.

Un artículo publicado en el sitio The Conversation (theconversation.com) habla de cómo este juego de intereses y contubernios, muchas veces contrapuestos, es presentado a los ciudadanos en un lenguaje "moralizante" y del bien común. Lo que va en contra de los intereses de sectores poderosos, mañosamente, es mostrado por los partidos y profesionales de la política como malo para el país.

Lo único que les importa es ganar elecciones y así estar en posición para nulificar oposiciones y tener la última palabra a la hora de aprobar leyes y políticas públicas en un perverso y complicado juego de malabares entre leyes, intereses oscuros y aprobación ciudadana.

Con todo esto, lo único que finalmente puedo decir es que los ciudadanos nos tenemos que fijar más en la calidad y capacidad de las personas y menos en los partidos que sin excepción han dejado atrás los principios que les dieron origen y pasado a ser meros "vehículos" de acceso al poder y venta de influencias al mejor postor.
 
"Hay que votar por el candidato
que prometa menos,
así la decepción será menor".

Will Durant