Críticos cómodos

A nuestra generación le ha tocado vivir una profunda paradoja, un mundo lleno de contrasentidos, absurdos y disparates en el que es inevitable sentir intranquilidad a la hora de pensar en el futuro de nuestros hijos.
Por un lado somos testigos de retrocesos en ámbitos tan fundamentales como la educación, la democracia, la ética y la cohesión social, y por otro, la ciencia y la tecnología avanzan a pasos agigantados, mejorando en promedio las condiciones y calidad de vida de todos.
Esta paradoja social provoca sentimientos encontrados: podemos sentirnos optimistas y esperanzados por las increíbles posibilidades del futuro, pero también pesimistas o catastrofistas ante riesgos y problemas cada vez más complejos y conductas sociales incomprensibles de masas que toman decisiones irracionales, desde votar a favor de partidos políticos comprobadamente corruptos o ineptos, vandalizar y destruir bienes públicos o ajenos por placer y desfogue de odios, hasta apoyar abierta o veladamente grupos terroristas, solo porque éstos se alinean a determinadas fobias, aversiones o creencias.
¿Qué podemos hacer como generación adulta para que el futuro de las nuevas generaciones no quede a la deriva, en manos de "influencers" (sustitutos de la opinión propia), de líderes tóxicos o de políticos oportunistas y manipuladores de la ignorancia y la opinión pública?
Para empezar, dejar de ser espectadores temerosos de los problemas comunes y los asuntos públicos y abordarlos con conciencia, integridad y determinación, sabedores de que la apatía y la indiferencia convierten a los ciudadanos en cómplices silenciosos de gobiernos ineptos y corruptos. Dejar de ser críticos cómodos que hablan de injusticias y corrupción en reuniones y redes sociales, pero nunca pasan a la acción, creyendo que siempre habrá alguien más que luchará por la justicia y el cambio, dejando sus responsabilidades sociales siempre en manos ajenas.
La consecuencia de la indiferencia es clara: por un lado gobiernos e instituciones débiles con políticos incompetentes decidiendo y jugando con nuestro futuro y el de nuestros hijos, y por otro, mayorías resignadas o entretenidas con escándalos mediáticos, observando desde la barrera cómo la democracia se erosiona y la corrupción se normaliza.
Si queremos tener esperanzas realistas de un mejor futuro, lo mejor que podemos hacer los ciudadanos es promover el pensamiento crítico en las nuevas generaciones, para que éstas no solo reciban información, sino que aprendan a cuestionar, analizar y actuar con autonomía y responsabilidad. Pero no solo en las escuelas privadas a las que asiste la minoría de estudiantes, sino en las escuelas públicas donde se educa (o ideologiza) a la mayoría de la población.
La educación pública debe verse como una herramienta primordial para el cambio y el sostenimiento de la democracia. Educar no solo en términos académicos, sino en valores éticos, cívicos y de respeto a los demás.
La participación ciudadana en la educación pública ha demostrado en muchos países ser un antídoto contra la podredumbre oficial y contra políticas públicas retrógradas o antidemocráticas. Cuando las personas se organizan, expresan sus necesidades y proponen soluciones, influencian la toma de decisiones para que éstas respondan genuinamente a los intereses colectivos, no solo a los de unos pocos.
Los males de la historia se repiten, no por falta de conocimiento, sino por la repetida indiferencia de los que debemos ser protagonistas del cambio: los ciudadanos, y no los políticos que se nos presentan como salvadores.
Cada persona debe dejar de ser un espectador pasivo y asumir su papel en la construcción de una sociedad educada, justa y transparente.
A la hora de decidir si haremos algo o continuaremos en la cómoda y socialmente suicida indiferencia ciudadana, consideremos la conocida definición de locura (atribuida a Einstein) que dice: "locura es hacer lo mismo y esperar resultados diferentes". Es obvio: si nadie hace nada, nada cambia, y si siempre pasa igual, sucederá lo mismo.
"La irresponsabilidad es el primer producto de la impunidad".
Yo