La verdad no importa

El diálogo entre gobernantes y gobernados se ha convertido en un juego retórico en el que los primeros afirman e insisten que todo marcha bien, los segundos señalan y acreditan todo lo que está mal y ambos aseguran que el otro miente.
Las evidencias de ineptitud o corrupción y las fallas graves en lugar de ser investigadas, y en su caso castigadas o corregidas, son sistemáticamente calificadas como ataques políticos. La verdad no importa.
Si los datos convienen al gobierno, se amplifican y convierten en banderas, si no, se ocultan o minimizan, deslegitimando a las fuentes o calificando la información como maniobras de opositores resentidos que lo único que buscan es mantener privilegios y desestabilizar al gobierno.
La democracia es una obra de teatro, en la que la verdad es sustituida por consignas y propaganda, mucha propaganda.
Nunca había estado la política más lejos de la verdad, de la transparencia y de la rendición de cuentas, ni del servicio e interés público.
Ya no accede al poder quien tiene mejores propuestas y es capaz de lograr mejores resultados. Los votos que las mayorías otorgan en las urnas a un candidato o a un partido, nada tienen que ver con la solución de problemas reales, ni con la viabilidad de planes de gobierno, y ni siquiera con la capacidad y trayectoria de los candidatos. La batalla es simbólica.
Se trata de un discurso maniqueo del bien contra el mal, de pobres contra ricos, de promesas de honestidad contra historias de corrupción, de arengas alimentadas con resentimientos, desencanto y rabia acumulada durante décadas y que sobresimplifican los complejos problemas de la economía y el desarrollo social.
Las soluciones de fondo a los problemas (como sacar realmente de la pobreza a millones de mexicanos, mejorar el sistema educativo, el de salud, etcétera) no importan.
No importa que los nuevos funcionarios y representantes del pueblo, los autonombrados paladines de los pobres, sean incompetentes, estén ligados a redes criminales y se hayan convertido en una nueva mafia del poder, peor que las anteriores. No importa que nada funcione, que dilapiden el dinero de todos y que nadie los pueda llamar a cuentas. Lo único que importa es sentirse parte de una lucha moral contra la élite, aunque solo sea simbólicamente, aunque todo siga igual o peor.
Pero ¿por qué ocurre esto?, ¿por qué la mayoría de la sociedad no es objetiva ni retira el apoyo a quienes a todas luces engañan?
La respuesta la encuentro en el uso político-clientelar de los programas sociales y en la propaganda, es decir, en el control mediático de la narrativa que dice que la nobleza de espíritu, la misión de ayudar a los pobres es exclusiva del partido oficial. Todos los demás que digan o quieran hacer lo mismo son hipócritas. Y para prueba, ahí está el pasado corrupto. El argumento es perfecto, pero falaz: la corrupción e ineptitud del presente se invisibiliza, se niega y protege.
Es obvio que a las familias más pobres del país, les hace toda la diferencia recibir 2 mil o 3 mil pesos más al mes por la razón que fuere, vengan de algún programa social, vengan con chalecos y logotipos guindas o sin ellos. Y si a la hora de recibirlos les generan el compromiso moral de votar por el partido político que se los hizo llegar, lo van a hacer cuantas veces sea necesario.
Pero los que no estamos en esta situación de precariedad, debemos hacer ver lo vil y mezquino que resulta aprovecharse políticamente de las necesidades de los que menos tienen, solo para que luego, la nueva élite política desfalque los recursos públicos y tenga además el descaro de justificar sus inéditas, descomunales y mal habidas riquezas por haber dado migajas a los pobres.
Se presentan como benefactores solo para lavar su conciencia: roban por un lado, y "ayudan" con dinero ajeno por el otro, a sabiendas de que esa ayuda no soluciona la pobreza estructural y solo sirve para acallar temporalmente la indignación social, consolidar su poder y lograr su permanencia.
Al final, se trata solo de una estrategia política que genera una indigna dependencia y gratitud, y permite que la corrupción y el desvío de fondos continúen perpetuando la desigualdad y el atraso de millones de personas que lo que necesitan es educación, salud y oportunidades de desarrollo, no migajas, no limosnas.
"Las falsas esperanzas
son verdaderas mentiras".
Yo