¿Si no hubiera Mundial?

¿Si no hubiera Mundial?

Para el Mundial de Futbol 2026 los gobiernos de los estados y ciudades sede están llevando a cabo una importante cantidad de obra pública para embellecer sus principales calles y plazas, mejorar infraestructuras de movilidad, rehabilitar zonas turísticas, accesos carreteros, conectividades de aeropuertos, etcétera.

Todas las autoridades presumen lo que están haciendo y de una u otra manera dicen que las obras no son de "relumbrón", sino obras que se necesitan y quedarán para la posteridad.

Y sí, tal vez algunas de ellas así lo sean, pero surgen varias preguntas: ¿Si no hubiera Mundial, las ciudades se quedarían como están, obsoletas, insuficientes o en malas condiciones? ¿Por qué estas obras se hacen solo cuando los reflectores del mundo apuntarán al país y a las ciudades sede?

Hacer obras "para el Mundial" es como limpiar la casa solo porque viene visita.

Además, no todas las obras son megaproyectos parte de una planeación urbana estratégica y de largo plazo.

En el caso de la Ciudad de México, por ejemplo, me llamó la atención que su jefa de Gobierno destacó que "para el Mundial" en los alrededores del Estadio Azteca "habrá sanitarios nuevos (...), los muebles se van a traer directamente de Europa, unos baños maravillosos, como los que hay en París", dijo.

Los mexicanos presumiremos baños, pues. Haremos nuestras necesidades como los franceses. Todo sea por el Mundial.

Parece que el progreso en México depende de los reflectores que tengamos encima, y que cuando el mundo nos mira, lo que importa es mejorar el estado de las cosas, no el estado de las personas.

Es cierto que las ciudades necesitan infraestructura y equipamiento moderno, pero creo que gastar millones en embellecer las ciudades solo porque "los ojos del mundo" estarán mirándonos, nos hace "farol de la calle", aparentar ser lo que no somos.

Hace apenas unos días, Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, Michoacán, fue asesinado. No fue el primero y desgraciadamente no creo que sea el último. Si bien la vida debe continuar, creo que el país debe estar de luto. Con banderas a media asta. Y de cara al Mundial y al futuro, lo que hay que reparar no son las calles y banquetas, sino las instituciones, la inseguridad y la dominancia del crimen organizado.

Es dolorosamente irónico: si los extranjeros se quejan, el gobierno actúa; si los mexicanos nos quejamos, el gobierno nos calla; pueden pavimentar kilómetros de avenidas en tiempo récord, pero no logran construir un sistema de salud o de justicia que funcione; embellecen calles que los ciudadanos tenemos miedo de caminar; arreglan luminarias, pero no arreglan las policías; a cada delito le abren una carpeta de investigación, pero no explican nunca por qué denunciarlo conlleva el riesgo de muerte.

El contraste es brutal. Mientras en unas ciudades ponen flores en los camellones para recibir visitantes, en otras ponen flores en ataúdes y cementerios para despedir a su gente.

Vivimos entre funerales e inauguraciones, entre logros y fracasos, entre lágrimas y risas, entre verdades y mentiras.

El campeonato que debería importarnos no es el de futbol, sino el que se disputa todos los días en las calles, sin estadios, sin cámaras y sin himnos, pero cuyo marcador revela el nivel real de nuestra sociedad, de nuestras escuelas y hospitales y de lo que queda de nuestras instituciones.

En el Mundial de 2026, el rostro visible de México no será el de las nuevas avenidas, ni el de los baños de París, sino el de los mexicanos que todos los días jugamos partidos contra la corrupción, la violencia y el miedo; partidos que terminamos siempre perdiendo por golizas y reclamando la actuación de árbitros vendidos que nunca sancionan a los contrarios y mucho menos los mandan a penales.

Ojalá y la enjundia y el trabajo eficiente que los gobiernos hacen cuando los reflectores del mundo están sobre ellos, los sigamos viendo cuando la visita se vaya; ojalá y escuchen más las quejas y reclamos de los mexicanos que los de los extranjeros; ojalá y luego del Mundial no regresemos al ritmo habitual de la omisión, falta de presupuesto y voluntad política para resolver primero los problemas humanos y luego los problemas materiales.

"Transformando al individuo
se transforma a la nación. Al revés no".

Yo