Saber dar

En memoria de Carlos Rabinovitz.

Shivá (palabra hebrea que significa "siete") es el nombre como se conoce el periodo de duelo de siete días que sigue al entierro de un ser querido, según la tradición judía. Durante este tiempo, la familia inmediata del fallecido permanece en casa, recibiendo visitas de familiares y amigos que vienen a ofrecer consuelo y condolencias.

La semana pasada, durante la Shivá del padre de mi esposa (mi suegro) cada día, al término de los servicios de oración que normalmente se llevan a cabo en la casa de los deudos, el rabino que los dirigía pidió a los presentes contar alguna historia o anécdota de la vida de "Don Carlos", como muchos lo conocían, y así recordar momentos felices o enseñanzas que de alguna manera marcaron nuestras vidas.

En mi caso, hubo una enseñanza que me parece vale la pena hacer pública, pues tiene que ver, por un lado, con la salud y armonía de las relaciones entre suegros y yernos (o nueras) y, por otro, con el cuidado de la dignidad y autoestima de las personas a las que queremos brindar ayuda aunque no la hayan pedido, o de aquellas que por diversos motivos se ven en la necesidad de solicitarla.

La historia es esta. Era yo un incipiente arquitecto de 29 años, con dos hijos pequeños y casado con la hija de un hombre exitoso y echado para adelante, quien en una ocasión me dijo que si quería dejar la arquitectura y trabajar en su empresa, las puertas estarían abiertas. Mi esposa es testigo de lo que respondí a ese ofrecimiento: "Déjeme intentar salir adelante por mi cuenta. Si fracaso, entonces hablamos".

Hoy pienso que con esa respuesta me gané su respeto, y lo que ahora cuento hizo que él se ganara el mío.

Durante un viaje familiar a un destino de nieve al que nos había invitado, entramos a una tienda de abrigos de pieles exóticas, esos que se han dejado de usar por la crueldad animal que su fabricación implica, pero que entonces eran pieza clave en los guardarropas lujosos femeninos.

Mientras recorríamos los pasillos, comentábamos y tocábamos las prendas, y como es normal, veíamos las etiquetas con los (para mí) inalcanzables precios.

Mi suegra, quien cumplía años en esas fechas decembrinas, salió de la tienda ataviada con su espléndido regalo de cumpleaños.

Por la tarde, mi suegro me dijo que quería conversar conmigo.

Nos sentamos a platicar, y luego de hablar de mi trabajo, de mis hijos (sus nietos), de proyectos nuevos y de darme toda clase de consejos de vida y de negocios como le gustaba dar siempre a todos, me dijo: te quiero pedir permiso de algo.

¿Pedirme él a mí permiso? ¿De qué? Pregunté. Quiero pedirte permiso para comprarle un abrigo a mi hija. Debo decir que su hija (mi esposa) fue siempre una mujer consciente de nuestras posibilidades como pareja y familia independiente, y entendía perfectamente que una cosa era la economía de su padre y otra la nuestra.

Se trataba no de un regalo cualquiera, sino de una muestra de opulencia incongruente con mi (nuestra) realidad económica. Él hubiera podido comprarle ese abrigo sin preguntarme nada, pero sabía bien que un regalo de esa naturaleza y en esas circunstancias, podía afectar mi autoestima y dignidad y convertirse en objeto de reclamo o discordia.

Tenía que responderle. Luego de platicarlo con mi esposa, juntos decidimos aceptar el regalo, pero no porque ella lo deseara, o porque a mí me "conviniera" que él lo pagara, sino porque al haberme pedido permiso para hacerlo, me dio mi lugar, respetó nuestra independencia y el valor monetario de la prenda se volvió secundario. El permiso otorgado por mí eliminó el peso simbólico que un regalo costoso puede llegar tener. Hizo que no tuviera que competir económicamente con él, ni sentirme dependiente o inferior frente a mi esposa.

Esto me enseñó que hasta para ayudar o dar algo a los demás hay que saber hacerlo, para no ofender, para no dañar el orgullo, dignidad y autoestima de los que reciben ya sea un regalo, una ayuda, un préstamo o cualquier clase de apoyo.

Mi suegro intuía el concepto básico de la filantropía judía (tzedaká) que se centra en la idea de ayudar a las personas a establecer medios para mantenerse a sí mismas y así evitar la necesidad de depender de otros. Todos los que alguna vez recibieron ayuda o consejos de él saben que además de dar pescados, siempre enseñaba a pescar.

"La autosuficiencia os hará libres".
Yo