Ser miserable

Me impactó mucho el video difundido en todos los medios de comunicación que mostraba a la maestra jubilada y taxista Irma Hernández arrodillada, maniatada y rodeada de hombres encapuchados que le apuntaban con armas largas, leyendo un mensaje dictado por sus secuestradores, en el que exhortaba a sus compañeros taxistas a pagar las cuotas de piso exigidas por la llamada "Mafia Veracruzana". Una semana después fue hallada muerta.
La gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, respondió a los reclamos y críticas con una frialdad que aterra, diciendo primero que, "es de miserables llevarlo (este asunto) a niveles de escándalo", y luego, para de alguna manera minimizar el problema, aclaró la causa de la muerte de la maestra: "Después de ser violentada, padeció un infarto. Esa fue la realidad. Les guste o no les guste", infiriendo con ello que el grupo criminal en realidad no la mató.
Como si morir de un infarto en medio de un secuestro hiciese a los secuestradores menos malos, o como si el hecho de que haya grupos criminales cobrando piso, secuestrando y matando (a golpes o a balazos) a quienes se resistan a pagar no fuese motivo suficiente para hacer un escándalo.
La importancia de este caso no es la causa de la muerte en sí, sino el estado de indefensión en el que los mexicanos vivimos, teniendo que lidiar directamente con grupos criminales que controlan poblaciones completas y han sustituido al Estado en funciones clave como la seguridad, la justicia y hasta la economía local.
Señora gobernadora: no se puede tapar el sol con un dedo. Veracruz, como muchas otras partes del país, está hirviendo, le guste o no le guste. Y señalarlo y hacerla responsable por la parte que le toca, no hace miserable a nadie.
Ser miserable es taparse un ojo y dejar a la población a merced de grupos delictivos que deciden quién entra y quién sale de un lugar, qué transportes circulan y cuáles no, quién puede trabajar y quién no.
Ser miserable es coludirse con el crimen organizado y permitir que extorsionadores operen impunemente en todas sus modalidades, desde el cobro de piso hasta el llamado "impuesto criminal" que afecta hoy al 78 por ciento de las entidades federativas y es pagado igual por las micro, pequeñas y medianas empresas que por las grandes compañías.
Ser miserable es dejar a los ciudadanos indefensos y en situaciones imposibles, en las que, por temor a los criminales por un lado, y desconfianza en las policías por el otro, no tenemos más opción que callar, obedecer y pagar para poder trabajar o para poder seguir vivos.
Ser miserable es disfrutar de riquezas mal habidas mientras la población sufre.
Eso sí que es ser miserable.
La ineptitud, la indiferencia, el cinismo y el robo descarado de los servidores públicos ya no sorprenden a nadie. Inclusive el terror se ha normalizado. Las balaceras, los ajustes de cuentas, los cuerpos desmembrados y abandonados en calles y barrancos, el cierre de negocios, el desplazamiento de personas y las recomendaciones como el "no salir de noche" o el "no circular por ciertas carreteras" son cosas de todos los días. Y por más que lo nieguen, por más que digan que "no son iguales", es obvio y sabido que hoy, más que nunca, el crimen organizado opera impunemente por la complicidad o por la omisión de las autoridades. Y como ya no hay a quién recurrir, lo único que queda es alzar la voz y, esa, también quieren callarla.
No nos damos cuenta, pero el impacto de todos estos sucesos negativos en la vida cotidiana es brutal. Dejan una sensación de desesperanza, contra la cual hay que luchar para no terminar envuelto en ambientes o interpretaciones "fatalistas" de los hechos que producen desasosiego e inhiben el emprendimiento.
Pero ¿se puede ser optimista frente a una realidad que asusta a cualquiera y que parece superar nuestra capacidad de respuesta?
En medio de miles de datos negativos y noticias duras, ¿es sensato ir contra la lógica, el sentido común o el instinto de supervivencia que nos conmina a huir?
Tal vez sí, pero no a partir de la ingenuidad, sino como un acto de resistencia, para hablar por quienes ya no están para hacerlo y recordarle a las estructuras de gobierno que protegen criminales y fabrican impunidad que no estamos ni engañados ni quietos ni resignados.
"El caos social es la penitencia
por el pecado de omisión ciudadana".
Yo