'Kiss cam'

La llamada "kiss cam" (o cámara del beso) se ha convertido en parte del entretenimiento en eventos deportivos y conciertos masivos, principalmente en Estados Unidos.
Consiste en enfocar con una cámara a dos personas del público, mostrando su imagen en las pantallas gigantes del recinto (jumbotron), con la expectativa de que se besen mientras el resto del público observa y aplaude. Aunque suele usarse como un momento divertido o romántico, ha generado controversias por temas de consentimiento y privacidad.
Hace unas semanas, durante un concierto de Coldplay en el Estadio Gillette de Massachusetts, un momento que debía ser anecdótico, se convirtió en un escándalo.
En medio de la llamada "Jumbotron Song", una pareja fue captada por la cámara del estadio. Se trataba de Andy Byron, CEO de la empresa de tecnología Astronomer, y Kristin Cabot, directora de Recursos Humanos de la misma compañía.
Nada hubiera tenido de extraordinario esa toma si no es porque la pareja, al darse cuenta de que aparecían abrazados en la pantalla gigante, intentaron escabullirse de la cámara, ella tapándose la cara y él, agachándose para salirse del encuadre.
Pero la imagen ya había sido captada y en unos cuantos segundos, la vergüenza mostrada se convirtió en un video viral por una sola razón: ambos estaban casados... pero con otras personas. La "kiss cam" sin saberlo, había captado una infidelidad.
Rápidamente se difundieron sus identidades, sus cargos e historias de vida y se encendió un linchamiento virtual con todo tipo de burlas, condenas morales, memes, exigencias de renuncia y hasta amenazas de demandas legales contra el líder de la banda, Chris Martin, quien, al momento de ver la escena se refirió a ellos diciendo inocentemente: "O están teniendo una aventura, o son muy tímidos".
Unos cuantos segundos de exposición arruinaron las vidas de estas personas y sus familias para siempre.
Obviamente el error que cometieron fue del tamaño del estadio. Dos adultos que deciden tener una relación extramarital oculta debieron pensar que si van a un concierto de la banda más famosa del mundo y se abrazan en medio de 70 mil personas con igual cantidad de cámaras, más las del estadio, las probabilidades de pasar incógnitos son nulas.
Sin embargo, a pesar del error, me parece que el castigo social, laboral, familiar y económico que están pagando por una infidelidad, como tantas que viven en el anonimato, es desproporcionado.
Las redes sociales juegan con la vida de las personas por mero entretenimiento y sentencian sin misericordia ni olvido.
Alguien sube una fotografía o un video, otros aportan datos personales, y pronto millones participan en una demolición colectiva. En cuestión de horas, personas con vidas, trabajos y familias son reducidas a una etiqueta, a un chiste, a un meme, sin posibilidad de defenderse y las consecuencias que se deben pagar por ciertas acciones o por los arrebatos de un momento son completamente desproporcionados al daño causado, si es que lo hay.
Las redes no ofrecen espacio para matices o atenuantes, ni brindan oportunidades restaurativas. Una vez que la imagen circula, no hay vuelta atrás. La memoria digital es desalmada y eterna, incluso cuando los hechos están mal interpretados, fuera de contexto o no violan ninguna ley.
No se trata de justificar, o de convertirnos en policía moral de conductas privadas que a nadie incumben, sino del derecho a equivocarnos y de cuestionar si un error, inclusive el de una infidelidad, merece la destrucción total de una persona.
¿Debemos pagar con la vida por un abrazo que debiendo ser privado se hizo público, por un exabrupto o hasta por una sospecha?
No lo creo. Lo que debemos es ser conscientes de la responsabilidad personal que tenemos al difundir imágenes, textos o contenidos con potencial destructivo, y de que las cámaras y teclados que tenemos conectados a las redes sociales nos convierten de facto en medios de comunicación, en reporteros sin control ni códigos de ética.
La sociedad se ha vuelto cruel y despiadada, y su entretenimiento preferido es el escarnio. Si queremos frenar el apetito social por la burla, la humillación, el ridículo y el dolor ajeno habrá que detenernos a pensar que detrás de cada imagen, de cada "meme" o chiste estúpido hay personas reales que pueden resultar afectadas para siempre.
"No todo lo opaco es fierro".
Yo