La muerte del diálogo

"Cuando las personas dejan de hablar, empiezan a suceder cosas realmente malas. Cuando los matrimonios dejan de hablar, ocurre el divorcio. Cuando las civilizaciones dejan de hablar, surge la guerra civil. Cuando dejas de tener una conexión humana con alguien con quien no estás de acuerdo, se vuelve mucho más fácil querer cometer violencia contra ese grupo.
"Lo que nosotros, como cultura, tenemos que recuperar es la capacidad de tener un desacuerdo razonable, donde la violencia no sea una opción".
Esto lo dijo Charlie Kirk, uno de los activistas conservadores más destacados de Estados Unidos, quien murió la semana pasada a los 31 años tras recibir un disparo durante un evento en una universidad de Utah. Kirk era conocido por organizar debates al aire libre en campus universitarios de todo el país y se había convertido en una celebridad mediática.
El presunto asesino -Tyler Robinson, de 22 años- fue detenido después de que se difundieron fotos y videos relacionados con el crimen. Diferentes medios mencionan que el padre de Tyler lo reconoció y trató de convencerlo para que se entregara, y luego, mediante la intervención de un pastor, confesó o insinuó su responsabilidad y fue detenido en la casa de sus padres.
Mi respeto y reconocimiento al padre de este ofuscado y alienado joven, por la valentía moral que significa entregar a un hijo a la justicia en lugar de encubrirlo o eximirlo, es decir, por anteponer la justicia y defensa del bien común aun por encima del vínculo más profundo e íntimo.
El asesinato de Charlie Kirk ha sacudido no sólo a quienes lo seguían o compartían sus ideas, sino también a quienes, aunque no estuviéramos de acuerdo con todo lo que decía, siempre reconocimos en él a un hombre inteligente, articulado y dispuesto al diálogo.
Su muerte es una muestra más de cómo la violencia física y verbal se ha convertido en el método preferido para resolver diferencias, y cómo los discursos incendiarios que injurian y denuestan adversarios terminan polarizando y dividiendo a las familias, a la sociedad y a la política en bandos: en conservadores y liberales, en ricos y pobres, en buenos y malos... en ellos y nosotros.
El diálogo parece haber muerto. Las conversaciones profundas, la escucha activa y la búsqueda de acuerdos han sido reemplazadas por gritos, imposiciones y balas. Hoy en lugar de argumentar se presiona, en lugar de persuadir se manipula, se amenaza, se corrompe o se agrede.
Yo coincidía con algunas de las posturas de Kirk, como su defensa al libre mercado, sus argumentos en favor de la reducción del tamaño y poder del gobierno, de la prevalencia del Estado de Derecho, o sus críticas a la calidad de la educación universitaria..., y en muchas otras difería, como en su apoyo al derecho a portar armas o su oposición al derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Tampoco me gustaba su forma de debatir, arrolladora y en mi opinión abusando de su privilegiada memoria y capacidad de retención de datos para desacreditar o demeritar la capacidad intelectual de sus contendientes.
No obstante hay que reconocer que fue una persona brillante, que sabía argumentar sin insultar, escuchar sin ceder en sus principios, apostando siempre al diálogo, hasta que un fanático intolerante decidió que una diferencia de opinión justificaba un disparo.
El fanatismo -sea político, religioso o ideológico- es una enfermedad del alma. Nace del miedo, se alimenta de ignorancia y se propaga con odio. Es el motor que a lo largo de la historia ha llevado a perseguir, torturar, exiliar y asesinar personas por el solo hecho de pensar, creer o parecer distintos.
La xenofobia, la intolerancia y el dogmatismo hoy ya no se presentan de frente, se disfrazan de justicia y se envuelven en banderas de patriotismo o de fe.
Lo que mató a Kirk, y está matando al mundo no son las balas, es el desprecio por el disenso, la imposición absoluta, a mi manera o nada. Y eso nos debe llevar a reflexionar si estamos dispuestos a defender la paz en la diferencia y a reconocer la humanidad en nuestros oponentes.
Cada vez que justificamos el odio o la exclusión, incluso en voz baja, nos volvemos cómplices y abrimos la puerta a que tragedias como esta sigan ocurriendo. Ser, creer o pensar distinto no debe costar la vida a nadie.
"De nada sirve la victoria de una
razón que hace perder la razón".
Yo