¿Cuál es el número?
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El lamentable hecho ocurrido en el Colegio Americano del Noreste, en Monterrey, en el que un joven estudiante disparó contra tres compañeros y una maestra para luego dispararse a sí mismo, debe poner a todos los padres de familia a revisar y cuestionar seriamente las actividades, actitudes y amistades de sus hijos, y los ejemplos que les dan, en lugar de lavarse las manos y dejar de nueva cuenta este trabajo y responsabilidad a las escuelas y a los maestros, y seguir pensando que sus hijos son incapaces de mentir, de delinquir o de hacer daño a los demás deliberadamente. Los maestros pueden enseñar a nuestros hijos a leer y escribir; darles clases de matemáticas, historia, geografía, civismo, etcétera, pero no les toca enseñarles a ser buenas personas, a ser responsables, honestos y tolerantes, a ser disciplinados, decentes y morales o a distinguir entre el bien y el mal.

Eso toca a los padres, y a nadie más, y cuando no lo hacen, todos los demás tenemos que lidiar con las actitudes y transgresiones de sus "querubines" y pagar las consecuencias, que van desde las molestas medidas de seguridad que se tienen que implementar para proteger y garantizar en lo posible la paz, tranquilidad e integridad física de todos, hasta la muerte misma, como fue el caso de Monterrey.

Prueba de la falta de supervisión y desconocimiento que muchos padres tienen de sus hijos, lo demostró hace unos días una maestra en Monterrey al citar a los padres de sus alumnos, pedirles que entraran solos al salón y se sentaran frente la mochila de sus hijos. De 29 alumnos, sólo 6 padres pudieron reconocer la mochila de su hijo(a). La maestra, con lágrimas en los ojos les dijo: "Si ustedes mismos no reconocen la mochila de sus hijos, menos sabrán del contenido y tampoco de sus actividades".

En medio del clima de violencia e inseguridad que estamos viviendo, tener vigilancia en las escuelas y revisar mochilas (también deberían revisarse bolsas y portafolios porque hoy en día ser adulto no es garantía de nada) no debe, en mi opinión, ser considerado como una violación a los derechos humanos de nadie como lo afirmó la presidente de la Comisión de Derechos Humanos de Zacatecas, quien dijo que "el Operativo Mochila es una violación contundente a los derechos humanos de los jóvenes y niños", recomendando que sean los padres quienes realicen la revisión de las pertenencias de los jóvenes.

Pero yo me pregunto: ¿Y si los padres de familia no lo hacen entonces qué? ¿Corremos todos el riesgo de que los alumnos con padres irresponsables provoquen desgracias? En esa línea de pensamiento ¿deben entonces quitarse también los filtros de seguridad en otros espacios públicos, como los aeropuertos y correr el riesgo que fanáticos desquiciados hagan explotar un avión?

Por más molestas y fastidiosas que estas revisiones resultan, particularmente para los que no tenemos nada que ocultar, yo las veo no como una violación del derecho a la privacidad, sino como la garantía del derecho a la vida y tranquilidad de todos.

Lo que las Comisiones de Derechos Humanos del mundo deberían estar discutiendo no es cuándo deben ponerse filtros de seguridad para proteger a la población, sino cuándo quitarlos.

¿En qué nivel deben estar las estadísticas criminales para decidir bajar la guardia en materia de seguridad y poner el derecho a la privacidad por encima del derecho a la vida?

¿Cuando las muertes violentas lleguen a ser sólo de "x" por millón?

Y si alguien se atreve a definir ese número, salir a la calle, asistir a la escuela, a un estadio o abordar un avión será entonces visto como un juego de ruleta rusa, en el que las probabilidades de morir en lugar de ser de 1 a 6, son de 1 en "x".

Señores comisionados de derechos humanos: ¿Cuál es el número? ¿Cuál sería para ustedes una probabilidad de muerte violenta aceptable que permita decretar un estado de paz y tranquilidad generalizada?

Tal vez debiéramos hacer esa pregunta a las compañías de seguros que calculan los montos de las primas en función de las probabilidades de ocurrencia, y quitar los filtros de seguridad el día que las probabilidades de ser balaceado, secuestrado o asaltado sean las mismas de que nos caiga un rayo.

"Las consecuencias de un acto afectan la probabilidad de que vuelva a ocurrir". B.F. Skinner