I am fired!
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Desde hace meses tenía pensado el título del artículo que escribiría esta semana, y nunca pensé que tendría que cambiarlo. Yo quería decirle a Trump "You are fired!" y ahora, estupefacto, me trago mis palabras y me digo a mi mismo "I am fired!". Lo bueno de esto (si se le puede encontrar algo bueno) es que al menos Peña Nieto tiene la cara salvada para sentarse de nuevo con Trump y tratar de mejorar el negro futuro que se vislumbra para los mexicanos, particularmente para los millones de indocumentados sobre los que ahora pende la amenaza de deportaciones masivas.

Todo este asunto de Trump nos debe servir para encontrar la respuesta a una pregunta: ¿por qué importantes masas de una sociedad, incluso educadas, le dan credibilidad y apoyo a personas que mienten abiertamente y que a todas luces no tienen la capacidad, ni el perfil, ni la trayectoria necesaria para convertirse en líderes sociales positivos para ellos mismos y para el mundo?

Pienso que el tema cae más en el terreno de la psicología de masas que en el de la política, y lo pienso así porque cuando hablamos con los seguidores de algún líder populista o tóxico -como creo que es Trump- y les demostramos que mucho de lo que dicen son mentiras, se cierran a la verdad y buscan otros argumentos para seguir apoyándolo. Hablar de liderazgos tóxicos es hablar de liderazgos destructivos, de intimidación, de empresarios brutales, de tiranías mezquinas, de malevolencia, de coaccionar, de castigos injustos, etc. Muchos líderes tóxicos, convertidos en políticos populistas, y con el único fin de obtener votos y acceder al poder, se dirigen a las masas electorales diciéndoles exactamente lo que quieren escuchar. Desmenuzan con lujo de detalle todos los problemas, y cuando les preguntamos acerca de las soluciones, sus respuestas son vagas, evasivas o sofistas (razones o argumentos falsos con apariencia de verdad). Los populistas invariablemente encuentran culpables de todos los males que nos aquejan, satanizándolos y enfocando todos sus discursos y ataques contra ellos. Los culpables por lo general son minorías (étnicas, raciales o religiosas), los extranjeros o los gobiernos en turno. Todos en general y nadie en particular. El problema con el populismo y las mentiras flagrantes que siempre lo acompañan, es que no se pueden combatir con cifras y datos duros, porque los sentimientos bloquean a la razón y siempre será preferible apoyar una causa que aunque tenga pocas o nulas probabilidades de éxito, se ancla en la idea de vivir en un mundo ideal al cual podremos acceder si eliminamos al enemigo identificado, a los culpables tangibles o imaginarios de nuestras desgracias. Combatir el populismo es para mí la lucha entre lo deseable y lo factible. La magia y la fantasía frente al agobio y las angustias de la realidad. Y cuando la realidad no es satisfactoria, o lo factible no es suficiente, las personas con más carencias y menos educadas se inclinan a favor del candidato que más ilusiones promete. Así se dio la Alemania de Hitler, la Cuba de Castro, el Venezuela de Chávez, el Brexit de Inglaterra, y ahora la América de Trump, y no lo quiero invocar, pero las condiciones están puestas para lo que podría ser el México de AMLO (que la boca se me haga chicharrón). Debido a que los populistas "mienten sin pudor" (así lo resume Carlos Rodríguez Braun en el prólogo del libro "El Engaño Populista"), siempre será mejor apostarle a candidatos que con datos duros y planes sensatos prometen y pueden mejorar la realidad, en lugar de apoyar candidatos que basan sus promesas de un mundo feliz, en la destrucción de enemigos imaginarios o en planes de acción vagos o imposibles de llevar a cabo. Votar a favor de quien promete un mundo feliz es como comprar un boleto de lotería: viviremos felices y contentos con nuestra pobre realidad sólo durante el tiempo que transcurre entre la compra del boleto y el día que conocemos los resultados del sorteo. Espero que los mexicanos hayamos aprendido la lección y entendamos que es mejor dedicarnos a mejorar el imperfecto mundo en el que vivimos, que apostar nuestro futuro colectivo a la utopía de un mundo feliz. "Hay que votar por el candidato que prometa menos, así la desilusión será menor". Will Durant